28 d’agost 2007

El teatro musical

19 d'agost del 2007

Por Ezequiel Martínez Romero, para LA GACETA - Tucumán.

EZEQUIEL MARTINEZ ROMERO

Responsable de la puesta en escena del Concierto Pop de la Orquesta Sinfónica de la UNT.
Si Victor Hugo (1802-1885) viviera, no dejaría de asombrarse de que una de sus obras más importantes y exquisitas, Los Miserables, haya sido conocida ya por 54 millones de personas en todo el mundo, cifra que no es quizás relevante dada su envergadura, sino porque fue vista en teatro y con un formato que se afianza: el teatro musical. La literatura clásica, como su nombre lo indica, son aquellos libros que nadie debería dejar de leer, porque son parte de la humanidad y representan en cierto sentido la base del patrimonio literario. Esta ha cruzado las barreras del papel y ha logrado llegar al cine, al teatro y demás artes. Gaston Leroux (1868-1927), con su amenazador y romántico Fantasma de la Opera, es uno de los autores inmortalizados en este género. El teatro musical es una disciplina muy completa, incluso más que la misma ópera, ya que quienes lo representan no sólo son cantantes; también son bailarines y, por supuesto, actores. Quienes han tenido la posibilidad de ver algún espectáculo musical teatral -hoy en día ya no se habla de comedia musical, como quizás todos la conocen, porque no todas las obras que se montan son comedias- saben que las producciones son increíbles y no se escatima en gastos; los escenarios son prácticamente únicos, y los ambientes tan exactos que incluso podemos navegar por los desagües de la Opera de París, al mismo tiempo que vivimos la caída de la araña del mítico teatro, y casi vemos cómo despeina a quienes están sentados en la primera fila, antes de incendiarse el escenario frente a nuestros incrédulos pero maravillados ojos. Las producciones musicales, que no sólo se concentran en Broadway o el West End londinense, han roto los límites del inglés y se han traducido a varios idiomas, según el país donde se ha comprado el gran “combo” que trae consigo vestuarios, partituras y grandes estructuras escenográficas. Es así como Los Miserables llegó a la Argentina, y se representó durante casi un año de éxito ininterrumpido. Lógicamente en la etapa del uno a uno, cuando los argentinos musicaleros tuvimos el placer de ver puestas que llegaban sin dejarnos con las ganas de una marquesina vacía. Fue así como La Bella y la Bestia, Chicago, entre otras, deleitaron a un público expectante y ávido de tanta magia, con el condimento de que los elencos eran puramente nacionales. Hoy en día la oferta para especializarse en esta disciplina ha crecido mucho, y esta no sólo se encuentra en Buenos Aires; ya ha empezado a cruzar los límites, y las academias inauguran sedes en el interior, pero en Tucumán todavía no hay ninguna.La amargura para los fanáticos llegó en 2001, con una devaluación que hizo imposible el desembarco de la más importante y conocida puesta, El Fantasma de la Opera, que se vio truncada por una moneda devaluada. El Teatro Opera de Buenos Aires dejó, de un día para el otro, de mostrar la máscara blanca (ícono de la obra) y la leyenda “Próximamente’’.A partir de 2001, las producciones argentinas empezaron a ponerle un sello propio, con adaptaciones y libros nuestros. Comienza el auge de los musicales porteños, con la dupla Cibrián-Mahler a la cabeza, que estrena una obra tras otra, y como corolario partían en giras nacionales que todavía realizan.La literatura llevada al teatro musical es vastísima, pero es Victor Hugo el más representado. Nuestra Señora de París tuvo y tiene su puesta, que comenzó en París, siguió en Italia -protagonizada por la actriz argentina Lola Ponce- y el año pasado desembarcó en Broadway, siendo uno de los pocos musicales franceses que se hicieron en “La Gran Manzana”. Manuel Puig no se queda atrás. El Beso de la Mujer Araña fue protagonizada por una de las actrices más reconocidas en el género, Chita Rivera. Acá fue Valeria Lynch quien asumió el rol de Aurora, con muy buenas críticas, y la edición de un CD de la obra, para que nadie se quedara con las ganas de poder escuchar los temas del musical que, a pesar de ser estadounidense, refleja una etapa de la historia argentina.Entre otros títulos se destacan, Cats, esos gatos casi humanos de Andrew Lloyd Webber, que está basado en el libro de poemas Old Possum’s Book of Practical Cats, de T. S. Eliot, que llegó a recaudar más de dos billones de dólares en todo el mundo -en Buenos Aires se la vio- y se editó un DVD que hoy en día se consigue y vale la pena tener.En cuanto a los musicales en cine, todos recordarán un Amor sin barreras y a una Gigi enamorada, o una Eliza Doolittle trasformándose en una bella dama, gracias a la paciencia y al tesón de un inolvidable profesor Higgins -obra basada en Pygmalion, de Bernard Shaw-. Este tipo de producciones tuvo su auge en las décadas del 30 al 50; después, el gusto cinematográfico fue cambiando y empezaron a desaparecer poco a poco.Los tucumanos no nos hemos quedado atrás; también hemos tenido nuestras puestas que nada tuvieron que envidiarles a las porteñas. Algunos nos hemos quedado con la intriga de verlas sólo porque no nacimos en esa época, pero los recuerdos están siempre presentes y se las evoca como en el mejor momento del teatro tucumano. Recuerdan a menudo las veces que vieron El Hombre de la Mancha -cuyo elenco incluía a Ricardo Salim y a María Angélica Robledo-; El Violinista en el Tejado, protagonizado por Carlos Olivera, y la magnífica puesta de Mi Bella Dama, con Viviana Pereyra y Juan Carlos Di Lullo a la cabeza, obra con la que se inauguró la sala teatral Paul Groussac.El teatro musical crece de manera progresiva. Hoy en Buenos Aires se puede ver a una dinámica y afinada Florencia Peña en Sweet Charity (obra basada en una película de Federico Fellini) y exactamente la misma puesta que se realizó en Broadway en el año 2005. En mayo llegó Cabaret, por supuesto, con su puesta importada, pero con el elemento humano propio y un Teatro Astral tan bien ambientado que uno perdía la noción del tiempo y por momentos se encontraba sentado en el Kit Kat Club de la Alemania de los años 30. El pasado 13 de mayo, Liza Minelli desembarcó después de dos décadas nuevamente en Argentina, dentro del marco de una gira mundial que acaba de empezar. Quienes tuvimos la posibilidad de verla y de vibrar con sus temas y coreografías, guardaremos por siempre la imagen de la hija de Judy Garland, agradeciendo a un público desenfrenado y lleno de emoción, cantando New York, New York como corolario de su completo y prolijo recital.Afuera las producciones son cada vez más costosas y extravagantes, pero es debido a que el espectador exige cada vez más de este género, que empieza a formar parte de un teatro que se adapta a un público nuevo y muy ávido de cosas nuevas.Los gustos cambian o se adaptan, pero la idea primordial es siempre satisfacer los intereses de aquellos que hacen posible que el teatro musical hoy en día sea un género con un auge tal que los clásicos literarios pueden ser llevados a un escenario para que se los cante o se los baile. © LA GACETA

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