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18 de juliol de 2013
Rosana Torres
foto : Rafael Álvarez, 'El Brujo', durante la actuación de
'El asno de oro', en el Teatro Romano de Mérida. / JERO MORALES
Rafael Álvarez, ‘El Brujo’, dirige y actúa en ‘El asno de
oro’, de Lucio Apuleyo
La obra está plagada de aventuras, acción y relatos unos
dentro de otros
Rafael Álvarez El Brujo, uno de los grandes actores
juglarescos que hay en España, ayer se enfrentó por quinta vez a estrenar en el
Teatro Romano de Mérida dentro de su conocido festival de temática grecolatina.
Esta vez lo ha hecho a lo grande ya que se ha atrevido a ofrecer el estreno
mundial de El asno de oro, de Lucio Apuleyo, autor que junto con Petronio está
considerado como uno de los padres de la novela y de hecho, está escrita en
torno al año 180 que ahora sube a los escenarios, se considera la primera
conservada íntegra.
La simbiosis entre Apuleyo (que parece ser que tomó el
nombre de Lucio de su personaje convertido en asno), que pertenecía al grupo de
los llamados neosofistas, y El Brujo no puede ser mayor. Ambos son oradores
ambulantes, ambos ejercen una personal filosofía y los dos fascinan echando
mano de la magia (uno con potingues y otro con trucos escénicos), de las
narraciones fantásticas y de su facundia expandida alrededor de aquel, y de
este mundo mediterráneo durante años.
La simbiosis entre Apuleyo, que pertenecía al grupo de los
llamados neosofistas, y El Brujo no puede ser mayor.
Álvarez cree que no se ha llevado nunca a los escenarios El
asno de oro porque es difícil verle el teatro a la novela. “Esta es una novela
con una gran cantidad de aventuras, una acción trepidante, con relatos que
aparecen unos dentro de otros, como cajas chinas”, dice el actor de esta obra
de Lucio Apuleyo que le recuerda, en su estructura, a otras como Las mil y una
noches o El manuscrito encontrado en Zaragoza. “El caso es que eso asusta y
cuando todo eso hay que limitarlo, solo ves un rompecabezas que es tremendo”.
Él sí lo ha llevado a escena ¡y cómo!. Y no es extraño que lo haya hecho,
porque El Brujo ve el teatro en función de un estilo muy propio, muy personal e
irreproducible que es más narrativo que dramático. El que desarrolló durante
cerca de tres horas ante casi tres mil personas que le siguieron con atención,
silencios y carcajadas en el Teatro Romano. La noche del estreno sin embargo su
personal estilo se volvió algo contra él ya que el espectáculo duró más de lo
que tenía previsto el propio actor y director, que se hizo acompañar por tres
músicos (Daniel Suárez Sena, Julián Martínez y Javier Alejano) que tienen una
importante presencia y que, como si de un espectáculo circense se tratara,
seguían con sonidos y repiques los movimientos y gestos de El Brujo.
Como narrador de esta historia no ha escogido un capítulo o
historia, como se hace con otras novelas río, tipo El Quijote, sino que ha
realizado un resumen desde el principio hasta el final, evitando los pasajes
accesorios y tratando de coger la línea directa más esencial. Pero junto a las
rocambolescas historias de Lucio, antes de ser y mientras es un hombre dentro
del cuerpo de un burro, El Brujo, a modo de juglar contemporáneo, rompe una y
mil veces la cuarta pared, hasta el punto de abandonar la orquesta (donde situó
la escena en el teatro romano) y mezclarse con el público, y cuela su
habituales morcillas, o sus reflexiones personales, que en este caso son
continuas y protagonizadas por elementos de absoluta actualidad. Rajoy, sobres,
cárceles, Ikea, Punset, Urdangarín, low cost, Sálvame de luxe, Ferrán Adriá y
mucha bronca con su caballo de batalla (el IVA cultural) y otros temas que no
le cuesta mucho encajar dentro del argumento de El asno de oro, novela en la
que Apuleyo relata las muchas corruptelas y los muchos abusos que termina
viendo en su vida de burro, ya que poderosos y no tanto, hablan de cualquier
cosa delante de él pues su apariencia y su imposibilidad para hablar no dejan
entrever en ningún momento que dentro de ese cuadrúpedo vive un ser humano que
reflexiona.
Esta es una novela con una gran cantidad de aventuras, una
acción trepidante, con relatos que aparecen unos dentro de otros, como cajas
chinas
“Imaginemos que Rajoy tuviera un burro así… ¡lo que sabría
ese burro! y si pudiera hablar y contarle al juez las historias que ha oído.
Pues eso es lo que hace nuestro asno, pero en todo en plan cachondo, sobre todo
las costumbres sexuales romanas, pero no hay que olvidar que tiene una parte
poética y filosófica”
Es una farsa mitológica antigua y el burro Lucio reflexiona,
y mucho, como se pudo ver la noche del estreno en la que no se sabía si era la
bestia de carga o el propio Brujo el que concluía que el problema con que se
encuentra la sociedad que vivimos no son los jueces o los políticos que se
corrompen, sino unos dioses que invierten los valores del mundo, por lo que
burro y Brujo concluyen que lo mejor es desterrar a esos dioses.
“Hablamos de un sistema de creencias”, apuntó Álvarez nada
más terminar la función, “yo no diría nombres propios, es algo más profundo, la
enseñanza que se extrae de esta obra es que, entonces y ahora, vivimos en un
sistema de valores compartido, tanto por el que está en la cúspide, como el que
está en la base. La corrupción es una cadena de complicidades y permisividad
hasta que alguien para y dice tolerancia cero”, y añade pesaroso, “aquí el
listo es el que roba, eso está arraigado en la sociedad, es picaresca, y esta
obra es una reflexión sobre la picaresca”.
Álvarez no para en elogios hacia Apuleyo y hace especial
hincapié en que se destaque que la influencia de su obra es inmensa en la
posteridad, sobre todo a partir del Renacimiento. “Desde san Agustín, Marlowe o
Milton pasando por Shakespeare, Gracián, Cervantes o Lope de Vega hasta Ionesco
y Kafka, o Ruleus, Goya y Rodin, su huella es constante en la creación
artística occidental”, sostiene. Lo cierto es que los expertos y especialistas
así lo acreditan y los eruditos citan El asno de oro como fuente en muchas
importantes obras. “Es El lazarillo puro; aquí lo que ve y experimenta este
hombre convertido en burro por una serie de peripecias, es la corrupción del
bajo Imperio romano”.
Y sobre el inmenso escenario que recorre permanentemente
habla de los abusos que se cometen y, como todo es metáfora, lo hace delante de
todo tipo de autoridades que acuden a verle al Teatro Romano. Y cuando ya no
tiene público delante añade: “Los que están ahí, en la cumbre, se tocan el jigo
porque a ellos no les afecta lo de los astilleros, ni otras cosas…, todo es una
falta de conciencia de la responsabilidad de la función pública. Veo que la gente
está tan madura que saben que hay que perdonarlos y los mileuristas tienen la
gran moral y decencia de perdonar a todos estos que generan sufrimiento, dolor,
pérdidas para innumerables personas, la gente está descubriendo que los reyes
magos son los padres, pero que esos compran los juguetes con la hucha de los
hijos y encima inflan el precio de los regalos…Si el hijo ya no madura después
de eso”.
El Brujo también ve la solución: “Que la gente diga basta,
pero de verdad, mientras la gente tenga miedo a perder más todavía, seguirán
extorsionándonos y presionándonos, a mí me aprieta mi jefe, al jefe el
gobierno, al gobierno Europa y a Europa los poderes financieros” y concluye “Si
hubiera elecciones y la abstención fuera del 100% , ¿qué haríamos?. Pero como
tenemos miedo al caos seguimos tirando y hay que darse cuenta, que como en el
Imperio romano los bárbaros van a venir, están ya muy cerca, ¡pues que vengan
ya!”.