26 d’abril 2014

Los gatos y el derecho a decidir



La Biblioteca de Catalunya acoge 'Llibert', un texto valiente que habla sobre la posibilidad de la eutanasia en recién nacidos

publicat per
17 abril de 2014
Albert Lladó

'Llibert'
En la Biblioteca de Catalunya
(c/ Hospital 56, Barcelona)
Hasta el 27 de abril
Autora: Gemma Brió
Dirección: Norbert Martínez
Actrices: Gemma Brió y Tàtels Pérez
Cantante y actriz: Mürfila
Escenografia: Lluc Castells

Se encienden las luces de la Biblioteca de Catalunya. El público suspira, con una lluvia de lágrimas enormes cayendo por el rostro, a lo Man Ray. También sonríen. Esa aparente contradicción es la que recorre todo Llibert, un texto valiente, sobrecogedor, que Gemma Brió (esplendida, consiguiendo contención cuando parece imposible) ya protagonizó, con éxito, en el Almeria Teatre.
A los gatos, de los que siempre nos cuentan que tienen siete vidas, podemos aplicarles la eutanasia si nacen con alguna malformación, o si la enfermedad les impide tener un mínimo de calidad de vida. Sin embargo, al derecho a decidir en los seres humanos, en España, se le llama delito. Así es la ley. Otra contradicción. Bochornosa.
Llibert, escrita por Brió y dirigida por Norbert Martínez, narra los primeros quince días de un bebé que, al nacer, ha sufrido una falta de oxígeno que le obligará a permanecer en estado vegetal el resto de su vida. El primer diagnóstico ofrece unas perspectivas que poco a poco se irán disolviendo… ¿Cómo encontrar una solución justa y racional en un momento de tal hecatombe sentimental?
- Has tenido la mala suerte de nacer niño y no gato. –le dice la madre a su hijo.
No es un melodrama. Se trata de un canto a la amistad, un homenaje a los profesionales de la sanidad pública (divertida la caricatura del médico cenizo), una reivindicación de un derecho social básico, y un combate al dolor más profundo. La dramaturga se hace acompañar por Mürfila, quien aporta el espíritu más rockero a la pieza, y por la actriz Tàtels Pérez, que va desdoblándose en infinitud de personajes para mostrarnos los inescrutables caminos del protocolo. Hasta la muerte va vestida de protocolo.
Un imaginario cinematográfico idealizado hace imposible pensar que la tragedia ajena, a veces, se convierte en la propia.
Una sala de espera es, como lo puede ser un aeropuerto o un tanatorio, un no-sitio en el que la mayor condena es la espera. Esperar. Esper(anza). En la extraescena, bien trabajada, encontramos enfermeras, doctores, familiares. Las canciones de juventud, y las nanas tarareadas en la UCI, son la banda sonora del proceso de duelo. Luego llegará el sentimiento de culpa, la crisis, la conciencia, y referencias incluso al caso de Ramón Sampedro. Y de nuevo la burocracia. Vuelva usted mañana.
La repetición impregnará de ritmo la obra, aunque ciertamente el final podría acortarse para no minimizar la gran contundencia con la que se ha llegado hasta allí.
Hay, pues, humor, ternura y poesía en este Llibert que, aunque pueda pronunciar cosas que parecen obvias, lo hace de frente, poniendo todo sobre el escenario, huyendo de panfletos y pancartas. Es la caricia, llena de humanidad, a una herida que lucha por cicatrizarse. En medio de los maullidos del día a día.


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