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2 de juliol de 2014
Elena Hevia
Sergi Belbel encara su primer Pinter con una versión de
'Vells temps' que se estrena hoy en la Sala Beckett
Si a alguien le interesa analizar -o psicoanalizar- lo que
de verdad ocurre en Vells temps, una de las piezas más redondas de Harold
Pinter lo tiene crudo, «porque sus obras se resisten a ello». Lo dice uno de
sus protagonistas, Carles Martínez, que de eso sabe mucho porque la que se
estrena hoy en la Sala Beckett es su quinta incursión en el mundo inquietante y
esquivo del nobel británico. La Beckett, no hay que olvidarlo, impulsó en 1997
la Tardor Pinter y programó en el 2006 una exitosa versión de esta misma obra
firmada por Rosa Novell.
Sergi Belbel, devoto del autor, se estrena, curiosamente,
como director pinteriano. Joan Sellent se responsabiliza de la traducción y las
actrices Miriam Alamany y Sílvia Bel completan los vértices de un no siempre
fiable triángulo amoroso.
El posible argumento parece sencillo. Un matrimonio,
cineasta y ama de casa, que vive retirado en su solitaria mansión de las
afueras recibe la visita de una vieja amiga de la mujer. Esa es la única
certeza. A partir de ahí el espectador se interrogará sobre muchísimas cosas;
las más evidentes, ¿tuvo el marido un lío con la amiga?, ¿hubo una relación más
íntima entre ellas?, ¿la visitante es un fantasma? y -en plan Sexto sentido-
¿están todos muertos? Entre tantas dudas, lo único que Belbel quiere tener
claro es que esta es una obra sobre los inciertos laberintos de la memoria.
«Eso me hace pensar en una frase de John Berger que dice que la historia es lo
único que es nuestro porque lo podemos manipular como queramos», dice el
director mientras tiende puentes entre las paradojas del británico y el famoso
gato de Schrödinger, capaz de estar a la vez y vivo y muerto por obra y gracia
de la mecánica cuántica. «El texto es como el plano de un tesoro, en este caso
te dice dónde está pero solo de una manera críptica», asegura el experto Carles
Martínez.
«Hemos trabajado la obra desde la más estricta
escrupulosidad hacia el autor. Seguimos todas sus indicaciones y logramos,
porque así lo quiere Pinter, que el efecto de extrañeza se logre a partir de la
realidad. La metáfora la tiene que poner el espectador» y remacha irónicamente
Belbel «tanto es así que al final tendremos que preguntar al público lo que
Pinter ha querido decir y nosotros no sabemos».
Respecto al espacio escénico, Belbel asegura que no sabría
trabajar sin el escenógrafo Max Glaenzel que para la ocasión ha pensado una
disposición nueva para la Beckett, un bonito trampantojo que hará que la
pequeña sala parezca mucho más grande.
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