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16 octubre de 2014
Con este temón comienza el espectáculo que nos ocupa. Y sí,
hombres (muchos hombres), vestidos delirantes, colores, lentejuelas, un autobús
a tamaño real, coreografías, risas, emoción, música y buen rollo (sobre todo
mucho, mucho buen rollo) es lo que llueve sobre el patio de butacas del Nuevo
Teatro Alcalá este Otoño. Que nos trae por fin el montaje estrella (una
estrella recubierta de kilos y kilos de purpurina) de la temporada: el musical
Priscilla, reina del desierto.
Señoras...y señoras, el autobús rosa está aquí para hacer
las delicias de los amantes del musical, las reinonas y otros animales
glamourosos. Y fascinar a todo aquél que disfrute con un espectáculo de gran
formato perfectamente ejecutado que te deje la boca abierta (tanto por lo
impresionante de la puesta en escena como porque no puede uno parar de reír).
40 artistas en escena, 500 trajes extraordinarios, 200 pelucas delirantes, un
autobús real totalmente robotizado (cubierto por leds para más inri) y una
banda sonora que nos lleva desde Tina Turner hasta Aretha Franklin pasando por
la insoslayable Madonna son el envoltorio que acompaña a sus tres protagonistas
en un viaje inolvidable. La mítica película de 1994 dirigida por Stephan Elliot
fue un éxito de taquilla que parecía difícil trasladar a un escenario. Más que
nada porque el meollo del asunto era un periplo en autobús por el medio del
desierto australiano. Pero unos locos decidieron meter un autobús en un teatro.
Y desde entonces el musical ha ido cosechando éxitos allá donde se ha
representado (el musical feelgood por excelencia lo llaman). Uno podía temer
acabar hasta el moño de tanta canción, colorinchi y plataformón. Pero la verdad
es que sucede como con la película. Y es que todo tiene su puntito de reflexión
y amargura recubierta de purpurina. No es simplemente una comedieta (como lo es
la historia del musical Mamma Mia, por muchos millones de fans que tenga, lo
siento) sino que los protagonistas tienen su heridas que deben de curarse con
quitaesmalte para poder volver a actuar. Todo eso siempre con una sonrisa,
porque the show must go on, como diría Queen.
La historia es conocida: dos drag queens y un transexual que
se dedican al mundo de las actuaciones en vivo emprenden un viaje a través de
Australia para hacer un show en la otra punta del país. El caso es que uno de
ellos va a conocer a su hijo, al que no ha visto nunca. En su viaje se toparán
con diferentes ejemplares de fauna humana a la par que se irán descubriendo a
ellos mismos (en uno de esos viajes interiores recurrentes en cine y
literatura). Las canciones sirven como paisajes emocionales de los personajes y
hacen avanzar la acción, sin dar la impresión de estar metidas con calzador. Es
como un greatest hits de las grandes divas que van desde el I will survive de
Gloria Gaynor a el Color my World de Petula Clark pasando por los el Go West de
los Pet Shop Boys (y sí, les he llamado divas). La adaptación española ha
tenido la inteligencia de no traducir todas las canciones (escuchar todos esos
temazos en castellano quedaría, cuanto menos, raruno si no ridículo) y han
optado por un fifty-fifty (o ni siquiera), trasladando a nuestra lengua madre
sólo algunas letras con valor narrativo para que no se queden lost sin
translation los no anglo-parlantes. Gran decisión ésta que funciona a la
perfección. Aunque es verdad que en el texto se cuelan algunas referencias
(tipo Operación Triunfo o la Macarena) que chirrían en medio del desierto
australiano... Pero se les perdonará porque el resto está muy conseguido.
El montaje viene de Londres, con la dirección de Simon
Phillips, y el mediático Ángel Llácer es el responsable de la dirección
artística de la versión española, porque evidentemente los intérpretes son
patrios. El resultado es esplendoroso. Todo funciona como debe funcionar y nada
sobra ni falta. El coro de cantantes/bailarines es sencillamente espectacular
(a más de uno se le escapará un suspirito al ver tanto cuerpo fibrado, sin
desmerecer a las estupendas bailarinas por supuesto), las tres divas que
sobrevuelan (literalmente) el escenario son de infarto (vaya voces, amigos),
los secundarios de lujo (fantásticos David Muro como Bob o Cristina Rueda como
esa homófona dueña de bar de pueblo) y los protagonistas, un derroche de
talento. Christian Escuredo por su parte interpreta a Felicia. Su forma física
y vocal son absolutamente de sobresaliente y consigue encandilar al personal
desde que aparece con esa energía desbordante y su personaje hormonalmente
descontrolado y en apariencia superficial. Jaime Zatarain interpreta a Mitzi,
esa drag sorprendente y sensible (mujer e hijo incluidos), con una elegancia
espectacular y un control en escena sencillamente fantásticos a todos los
niveles. Perfecto tanto vocal como interpretativamente. Un diez para Zatarain.
Y Mariano Peña, la gran apuesta de esta versión, deja el Bar Reinols de Aída
para irse a las antípodas e interpretar a la transexual Bernadette. Peña lucha
con el cante, el baile y el playback. Y, aunque no es lo suyo, aprueba (sobre
todo porque sus carencias las integra como achaques de la protagonista). Su
Bernadette es bastante menos elegante y sutil que la de Terence Stamp, eso está
claro, y tira más a un registro algo más cómico que le resta un pelín de
profundidad a este personaje herido, pero que también es interesante y conecta
muy bien con el respetable. Me gustaría ver a José Luis Mosquera, con quien se
alterna en el papel, porque debe ser el complemento perfecto de Peña, pero aún
así el ex-homófobo Mauricio Colmenero atrapa y demuestra una gran versatilidad
y presencia escénica.
Y qué habar del decorado, con ese enorme autobús encima de
la escena, o el vestuario, maquillaje y peluquería, toda una fantasía, derroche
camp y excesivo absolutamente delirante. Podría estar horas describiendo los
modelitos. Evidentemente, odiadores del teatro musical (que los hay, y muchos)
absternerse. Pero los que disfrutéis con un buen montaje, id corriendo a verlo:
es uno de los mejores espectáculos de gran formato de los últimos años. Dejad
que Priscilla os llene de color y alegría al menos por una noche. "You can color my world with
sunshine yellow each day...Oh you can color my world with happiness all the
way… Sunshine yellow, orange Blossom,
laughing
faces everywhere, yeah!"
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