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8 de desembre de 2014
Teatro Valle-Inclán. Madrid
La María que nos ofrece esta obra no está llena de gracia
(divina, al menos). El testamento de María, un texto del autor irlandés Colm
Tóibín ha llegado a la sala Francisco Nieva del Teatro Valle-Inclán. Es una
María incrédula, muy humana y repleta de dolor que nos cuenta su desgarradora
historia con todas las entradas agotadas antes del estreno. Las razones: por un
lado que es la primera puesta en escena teatral del director Agustí Villaronga,
uno de los creadores más personales de nuestro cine. Y la segunda y clave, es
su (única) protagonista: Blanca Portillo. Un actriz llena (y en estado) de
gracia que recuerda su historia a pocos centímetros de los espectadores.
“Recuerdo todo…todo. Al igual que el mundo contiene la respiración, yo contengo
mi memoria.”
…el Señor es contigo… El texto es tremenda y humanamente
bello. Y Villaronga lo ha puesto en escena con un montaje rico y fluido. La
escenografía de Frederic Amat nos sitúa en una sala con dos imponentes
estanterías de madera gigantescas y rústicas, repletas de objetos, como
compartimentos de la memoria. Un suelo cubierto por pinazo, un pozo y una mesa
que nace del suelo son los otros elementos principales de la escena. El
magnífico y original vestuario ayuda a los cambios de escena (porque Villaronga
parece que sigue utilizando el lenguaje cinematográfico, conformando escenas
como secuencias con saltos temporales en plan flashback). Una potente banda
sonora acompaña en momentos las transiciones y una magnífica iluminación, en
continua y sutil transformación, envuelven las palabras. Agustí Villaronga ha
optado por una dinámica puesta en escena, llena de acciones que la Portillo
ejecuta con fluidez y sin resultar forzadas (aunque a algunos les parece
excesiva), pero que es una propuesta adecuada para mostrar a una mujer activa y
en ebullición
…Bendita Tú eres entre todas las mujeres… “Lo que tengo que
decirles tal vez no quieran escucharlo. ¡Pero no voy a decirles nada que no sea
verdad!” El texto de Tóibín es fascinante y nos plantea una María despojada de cualquier
retazo de sacralidad. Una María con pecado concebida. Una María semi-pagana.
Una campesina humilde y desorientada que no entiende lo que sucede a su
alrededor. Una madre culpable por haber abandonado a su hijo en sus últimos
momentos. Esa es la María que Tóibín pone ante nuestros ojos. Una última
heroína trágica y proactiva, que intenta salvar a su hijo al que cercan los
rumores. Una mujer judía que comienza a adorar a Artemisa, diosa de todo lo que
crece. Y la Portillo (después de Segismundo o Hamlet) hace llorar a moco
tendido con un regalazo interpretativo de tomo y lomo, mientras se encuentra
guardada por unos hombres (dos evangelistas) que la protegen y la vigilan (y
“escriben cosas que nunca vimos, ni ellos ni yo”).
…y bendito es el fruto de tu vientre Jesús… Esos hombres
quieren saber todos los detalles de la historia de su hijo, Jesús. “No puedo
llamarle por su nombre. Algo se rompería dentro de mí si llego a decir su
nombre. Así que le llamamos él. Mi hijo.” Y es que para ella su hijo no es el
hijo de Dios. Simplemente es eso, su niño. Y ahí reside la tragedia. María no
entiende a ése que una vez acunaba pero que ahora vuela lejos de ella. Ni por
qué habla en público arriesgando su vida (“con una voz falsa y un tono que yo
no podía soportar”, dice), ni a los discípulos (“mi hijo atraía a los
inadaptados”). Y mucho menos consigue comprender por qué empieza a mirarla con
soberbia, escupiéndole a la cara ese “¿Qué tengo yo que ver contigo, mujer?” en
las bodas de Canaán (momento tremendo y dolorosísimo). Ni por supuesto cómo le
clavaron una corona de espinas y le hicieron mostrarse (otra mirada madre e
hijo demoledora), le clavaron a una cruz y se lo arrebataron. “Quizás, antes de
morir, sí diga su nombre. O sea capaz de susurrarlo alguna vez de noche. Pero
no lo creo.”
…Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores… Y
disfrutar de la Portillo como esta proto-madre es para dar gracias a dios,
nosotros humildes y muy pecadores espectadores. La interpretación de esta mujer
no tiene nombre. La Portillo cambia de una María anciana a otra más joven de
manera magistral y a través de su voz y sus gestos se materializan ante
nosotros el resto de personajes, como Miriam, Marta o Marcus (el único
inventado por el autor). El cargarse sobre los hombros un texto como éste no es
fácil. Hacerlo con la intensidad que lo hace, tampoco. Pero el vivirlo con la
emoción y la belleza que lo hace, no tiene precio. Es una oportunidad única el
disfrutar y beber cada lágrima de sus ojos a un metro de distancia. No hay
palabras para describir los instantes en los que llora desgarradoramente, un
auténtico ciclón, transmitiendo con sangre, sudor y lágrimas, dejándose la piel
en el dolor de una madre que pierde a su hijo. Con ese arrepentimiento eterno e
insalvable de haberle abandonado, por cobardía, en sus últimos momentos. Una
espina clavada en su corazón que la acompañará hasta sus últimos días (“Lo que
he visto me ha hecho salvaje, y no puedo cambiarlo.”)
…ahora y en la hora de nuestra muerte… es un montaje para
incrustarse en la memoria. Porque es un emocionante viaje, lleno de matices,
inolvidable. Una puesta en escena sensible y evocadora. Un texto que es una
auténtica joya, sobre el dolor de una madre rota por la perdida y el
arrepentimiento, más que sobre la religión (sin resultar blasfema por ello). Y
una interpretación liberadora, de una actriz que vive el personaje y lo
trasmite a la audiencia de forma desgarradora. Una hermosa historia de una
madre y su hijo. “¡Y puedo deciros ahora, cuando decís que redimió al mundo,
que no valió la pena!” Amén.
+ infoNombre del montaje: El testamento de María
Disciplina: monólogo
Director: Agustí Villaronga
Autor: Colm Tóibín
Reparto: Blanca Portillo
Traducción: Enrique Juncosa
Escenografía: Frederic Amat
Música: Lisa Gerrard
Vestuario: Mercè Paloma
Iluminación: Josep Maria Civit
Sonido: Lucas Ariel
Ayudante de dirección: Martí Torras
Producción: Testamento en coproducción con Centro Dramático
Nacional, Festival Grec y Avance Producciones TeatralesDónde: Sala Francisco
Nieva. Teatro Valle-InclánDirección: Plaza de Lavapiés, s/n. MadridHasta: 21.
12Horario: De martes a sábados, a las 19.30 h Domingos, a las 18.30 h
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