27 de setembre 2015

¡Qué bonita la escenografía!



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17 de setembre de 2015
Juan Carlos Olivares Padilla

Qué lejos está en 'Caiguts del cel' la dirección de actores de los mejores trabajos de Belbel

En el comedor réplicas de las sillas CH20 de Wegner. En el salón un par de butacas Cisne de Hansen.

Elegante decoración con toques vintage de fans de la serie Mad Men y el diseño nórdico. Tiene gustos exquisitos esta pareja formada por un anestesista y una directora de un colegio de primaria, el matrimonio protagonista de Caiguts del cel. Un hogar que huele a dinero mucho antes que aparezca de la nada un billete de 100 euros y se rompa la armonía burguesa de unos modernos acólitos de la gauche divine. Para que el marco socio-estético sea perfecto falta que además luzca una lámpara de Moragas.

La glamurosa escenografía creada por Max Glaenzel es un triunfo en solitario. Cuando esa visión de revista de arquitectura se pone en movimiento se acabó la fiesta teatral, aunque el público acuda ilusionado a la llamada de una comedia de "calidad", escrita por un autor francés prestigiado, dirigida por un profesional de referencia e interpretada por dos apellidos admirados del star-system catalán. Tanto y tantos para concluir —después de aplauso y medio— que el decorado es realmente muy bueno. No sé sí este punto ha quedado claro con suficiente prolijidad. Ahora el resto.


De Sébastien Thiéry. Versión y dirección: Sergi Belbel. Intérpretes: Emma Vilarasau, Jordi Bosch, Carles Martínez y Anna Barrachina. Teatre Condal, Barcelona, 14 de septiembre.

El texto de Sébastien Thiéry —escrito a mayor gloria del actor Pierre Arditi— peca de ambición. Lo que podría haber sido una discreta y funcional comedia de bulevar se pierde en el laberinto del teatro del absurdo. No es fácil seguirle la lógica a Ionesco. Y la tiene. Tampoco el maestro Feydeau descubre al primero que pasa el secreto del éxito de sus farsas y su vértigo de improbabilidades. No es, aunque lo parezca por momentos, una versión cómica de Caché de Haneke, ni una adaptación aún más angustiada de Misterioso asesinato en Manhattan de Woody Allen. Apunta a mucho y acierta en casi nada.

Quedan entonces un par de divertidas escenas de comedia doméstica que se elevan del resto de la obra por la aparición de un personaje roba-escenas: la criada.

La tensión cómica entre señores y el servicio siempre funciona, tanto si es una bonne española o una interina ucraniana. La procedencia eslava —la aportación más destacada de Sergi Belbel— ofrece además el inesperado regalo de un hilarante diálogo inspirado en el don de lenguas de los apóstoles. Dos escenas en las que Anna Barrachina deja en evidencia (a su favor) el descontrol interpretativo de Jordi Bosch y Emma Vilarasau, aunque él se agarre al salvavidas de una innegable vis cómica. La intervención de Carles Martínez es tan intrascendente como su personaje.


Qué lejos está la atropellada dirección de actores de los mejores trabajos de Belbel. Qué distancia entre esto y su pasado mimo con Jardiel Poncela. ¿Se dio cuenta Thiéry de la sal gruesa que cubría su obra? El autor salió a saludar. Esta vez vestido.

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