Publicat per
Raquel Vidales
28 abril de 2016
El dramaturgo recibe en Rumanía el premio de
Nuevas Realidades Escénicas de la UE
“A veces tienes la piel y debes encontrar la
forma adecuada a esa piel. Otras veces tienes la forma y buscas la piel”. Esto
se lo dijo al dramaturgo Juan Mayorga un amigo de la infancia que se hizo
aprendiz de peletero al terminar el colegio. Y a él se le quedó grabado: “En
esencia, es lo que yo hago: intento alcanzar ideas y formas adecuadas a cada
ocasión”. Esta manera de abordar la creación, siempre en posición de búsqueda,
es la que posiblemente le ha llevado a ser merecedor del premio Europa de
Nuevas Realidades Teatrales, que concede cada dos años la Comisión Europea a
varios artistas del continente que destaquen por la innovación de sus
propuestas escénicas. Solo otros dos españoles lo han logrado: el autor y
director Rodrigo García en 2009 y la compañía Els Comediants, en 1994.
La ciudad rumana de Craiova, donde se entregan
este martes los galardones, acoge desde el sábado conferencias, debates y
representaciones de las obras de los laureados. Hasta allí ha viajado Mayorga
con su espectáculo Reikiavik, que ha escrito y dirigido él mismo, para
mostrarlo ante la plana mayor del teatro europeo. En esta edición, además del
español, han sido distinguidos también en la categoría de Nuevas Realidades
(dotada con 20.000 euros) el actor y director húngaro Viktor Bodó, el director
alemán Andreas Kriegenburg, el autor y director francés Joël Pommerat y el
Teatro Nacional de Escocia. El premio principal (60.000 euros), que suele
otorgarse a grandes gurús de la escena continental (Harold Pinter, Peter Brook,
Giorgio Strehler, Heiner Müller, Robert Wilson, Pina Baush…), ha recaído en el
coreógrafo sueco Mats Ek.
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La distinción al autor español, que ya tiene
dos premios nacionales y cinco Max, viene a confirmar la enorme proyección
internacional de su obra y, en especial, su profundo arraigo en Europa. “Lo
siento como una manera de reconocerme dentro de una tribu de europeos que
conversamos y buscamos otros modos de decir, de recoger experiencia y
compartirla por medio de este viejo arte que es el teatro”, declara el autor a
EL PAÍS en su casa de Madrid poco antes de viajar a Craiova. “Aunque, por otra
parte, no debemos olvidar que el futuro del teatro siempre está en Atenas. Allí
se estableció lo fundamental de este oficio. Podemos explorar nuevas
realidades, pero sabiendo que los atenienses ya nos desvelaron lo fundamental”.
Desde la primera vez que asistió a una
representación profesional de un texto suyo en un idioma distinto del
castellano (“Fue Cartas de amor a Stalin, en Zagreb, en el año 2000”,
recuerda), el nombre de Mayorga no ha dejado de sonar en el mundo y casi todos
los días hay noticia de un nuevo estreno en algún país del mundo. En español,
catalán, gallego, vasco, alemán, francés, búlgaro, checo, croata, danés,
esloveno, estonio, finlandés, griego, holandés, italiano, portugués, letón,
polaco, ruso, coreano, japonés, chino… Sin olvidar que El chico de la última
fila fue llevado al cine por François Ozon (En la casa, 2012). En España hay en
este momento cuatro títulos en gira: Reikiavik, Famélica, Animales nocturnos y
Himmelweg.
Europa es devota del teatro de Mayorga. Por
razones obvias: varias de sus piezas atraviesan momentos y dilemas cruciales
para el continente. Desde Cartas de amor a Stalin, protagonizada por el
escritor ruso censurado por el estalinismo Mijaíl Bulgákov, hasta Himmelweg,
localizada en un campo de exterminio nazi. La devoción es recíproca, aunque el
dramaturgo se muestra preocupado. “Europa es un espacio lleno de posibilidades
que proceden de sus diferencias. Pero a veces, como ahora con el problema de
los refugiados, no sabe estar a la altura de esas posibilidades”, advierte. “No
podemos mirar hacia otro lado como hicimos con el nazismo. Si queremos estar a
la altura de Europa, debemos estar dispuestos a sacrificar un poco de nuestro
bienestar e incluso de nuestra seguridad”, opina.
Se da la casualidad de que el montaje de
Reikiavik, elegido para ser representado estos días en Craiova, firmado por el
propio dramaturgo en su segunda incursión como director de escena después de La
lengua en pedazos (2013), era uno de los finalistas de los premios Max que se
entregaron este lunes en Madrid. Competía en las categorías de mejor autor,
director y espectáculo y, aunque no se llevó ningún galardón, Mayorga lamentó
la coincidencia porque le impidió acudir a la ceremonia española.
La obra Reikiavik recrea el duelo entre el
ruso Spassky y el estadounidense Fischer en el mundial de ajedrez de 1972, en
plena Guerra Fría. “Tenía ganas de escribir algo sobre esta historia tan
compleja que fuera más allá del enfrentamiento entre dos genios y dos ideologías.
Un día, caminando por un parque, vi a dos hombres que jugaban al ajedrez y se
me ocurrió la forma de hacerlo: imaginé una situación en la que esos dos
hombres del presente intentaban reproducir aquella partida. Y de esa manera se
desvelaron muchos otros temas que había debajo”. Así es el teatro de Mayorga.
Ante él se rinde hoy Europa.
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