www.lavanguardia.es
14 de maig de 2009
El público destaca la vigencia de la obra que Bernard Shaw ideó hace casi un siglo
JUSTO BARRANCO
Barcelona
Cultura
Anoche Barcelona estuvo pendiente de dos campos de fútbol. Uno estaba, era difícil obviarlo, situado en Valencia. El otro, cerca del centro de Barcelona, en la plaza de las Glòries, en el escenario del Teatre Nacional de Catalunya. La Sala Gran acogía el estreno de 'La casa dels cors trencats', el primer Bernard Shaw que se representa en el TNC. Y tras dos actos en los que el decorado era una enorme estructura octogonal que funcionaba como casa pero que recordaba continuamente a la popa de un barco – y timones no faltaban –, en el tercer acto la acción se trasladó al exterior de la casa-barco, a un campo de fútbol de césped bien verde – pero con la Union Jack ondeando – en el que, como en el campo de Valencia anoche, también tuvieron lugar los momentos definitivos de la obra. Milagros de la tecnología, hubo espectadores capaces de concentrar su atención en los dos campos, y justo tras varios minutos de generosos aplausos, a las once y media de la noche, cuando el público que abarrotaba la sala reina del TNC iba a levantarse, una señora sentada detrás ya anunciaba con alegría: "Cuatro a uno".
El primer Shaw del Teatre Nacional
Si todo teatro británico al que le haga falta dinero dicen que programa el "Pigmalión" de Bernard Shaw, el Teatre Nacional ha escogido una de las obras menos populares del dramaturgo irlandés para abordar su repertorio, actualmente en boga. "La casa dels cors trencats" fue la obra más querida por su autor: decía que era su Rey Lear, pero en versión de comedia.
Una diferencia notable respecto al empate con el que se había entrado al último acto de la obra de Bernard Shaw, quien, visto lo visto, se hubiera tomado con saludable ironía la compatibilidad de fútbol y teatro. Porque ironía no faltó anoche en las tablas del Teatre Nacional. Sobre ellas, actores bien conocidos: Carme Elías, Sílvia Bel, Abel Folk, Pep Cruz, Pep Anton Muñoz o Anna Ycobalzeta dirigidos por Josep Maria Mestres, quien ya se ocupó en el TNC de la obra de otro famoso irlandés hábil con el lenguaje hace tan sólo dos temporadas: 'El abanico de Lady Windermere', de Oscar Wilde. En ambos casos, alta comedia. Aunque en este en concreto, en 'La casa dels cors trencats', Mestres habló de comedia 'profunda'.
El argumento es, aparentemente, sencillo: en una casa de la campiña inglesa dirigida por el capitán Shotover (Pep Cruz) y su hija mayor (Carme Elías) se reúnen unos seres bohemios y algo enloquecidos para desbaratar los planes de matrimonio de una mujer joven, pero ya desencantada del amor, a punto de casarse por conveniencia con un hombre de negocios. Como Wilde, Shaw aprovecha esta base para propinar al público un recital de citas irreverentes. Sobre el amor: "¿Cómo se puede querer a un mentiroso? No lo sé, pero el caso es que se puede, o bien poco amor habría en el mundo" o "cualquier mujer sin dinero es una aventurera matrimonial". Sobre la guerra, cuando el capitán Shotover, inventor para el ejército, advierte que su cerebro "ya no proyecta matanzas como cuando era joven". Sobre el dinero, el añoso pero rico patrón Alfred Mangan (Pep Anton Muñoz) le dice a la joven Ellie Dunn –q ue pretende casarse con él –que arruinó a su padre "de manera deliberada, pero sin mala fe, sólo por razones empresariales". Después de todo, dicen, "la manera más rápida de arruinar a un hombre que no sabe administrarse económicamente es darle dinero".
La guerra de sexos, el amor, el destino, el poder y la economía, pero también el cinismo y la desafección sociales se mezclan para hablar sobre el sentido de la vida y sobre toda una civilización a la deriva que se hundió con la cruenta Primera Guerra Mundial... Y que en algún caso nos puede recordar al mundo actual y sus diversas crisis, de la ideológica a la económica, aparte de las sentimentales, los corazones rotos que indica el título. El público acogió la obra con calidez y bastantes sonrisas, y aunque hay a quien se le hizo "algo larga" tras tres horas y media, no podía dejar de destacar tanto su vigencia y su ironía como "ese final sorprendente, un poco judeocristiano, de expiación colectiva, todos esperando el destino".
14 de maig de 2009
El público destaca la vigencia de la obra que Bernard Shaw ideó hace casi un siglo
JUSTO BARRANCO
Barcelona
Cultura
Anoche Barcelona estuvo pendiente de dos campos de fútbol. Uno estaba, era difícil obviarlo, situado en Valencia. El otro, cerca del centro de Barcelona, en la plaza de las Glòries, en el escenario del Teatre Nacional de Catalunya. La Sala Gran acogía el estreno de 'La casa dels cors trencats', el primer Bernard Shaw que se representa en el TNC. Y tras dos actos en los que el decorado era una enorme estructura octogonal que funcionaba como casa pero que recordaba continuamente a la popa de un barco – y timones no faltaban –, en el tercer acto la acción se trasladó al exterior de la casa-barco, a un campo de fútbol de césped bien verde – pero con la Union Jack ondeando – en el que, como en el campo de Valencia anoche, también tuvieron lugar los momentos definitivos de la obra. Milagros de la tecnología, hubo espectadores capaces de concentrar su atención en los dos campos, y justo tras varios minutos de generosos aplausos, a las once y media de la noche, cuando el público que abarrotaba la sala reina del TNC iba a levantarse, una señora sentada detrás ya anunciaba con alegría: "Cuatro a uno".
El primer Shaw del Teatre Nacional
Si todo teatro británico al que le haga falta dinero dicen que programa el "Pigmalión" de Bernard Shaw, el Teatre Nacional ha escogido una de las obras menos populares del dramaturgo irlandés para abordar su repertorio, actualmente en boga. "La casa dels cors trencats" fue la obra más querida por su autor: decía que era su Rey Lear, pero en versión de comedia.
Una diferencia notable respecto al empate con el que se había entrado al último acto de la obra de Bernard Shaw, quien, visto lo visto, se hubiera tomado con saludable ironía la compatibilidad de fútbol y teatro. Porque ironía no faltó anoche en las tablas del Teatre Nacional. Sobre ellas, actores bien conocidos: Carme Elías, Sílvia Bel, Abel Folk, Pep Cruz, Pep Anton Muñoz o Anna Ycobalzeta dirigidos por Josep Maria Mestres, quien ya se ocupó en el TNC de la obra de otro famoso irlandés hábil con el lenguaje hace tan sólo dos temporadas: 'El abanico de Lady Windermere', de Oscar Wilde. En ambos casos, alta comedia. Aunque en este en concreto, en 'La casa dels cors trencats', Mestres habló de comedia 'profunda'.
El argumento es, aparentemente, sencillo: en una casa de la campiña inglesa dirigida por el capitán Shotover (Pep Cruz) y su hija mayor (Carme Elías) se reúnen unos seres bohemios y algo enloquecidos para desbaratar los planes de matrimonio de una mujer joven, pero ya desencantada del amor, a punto de casarse por conveniencia con un hombre de negocios. Como Wilde, Shaw aprovecha esta base para propinar al público un recital de citas irreverentes. Sobre el amor: "¿Cómo se puede querer a un mentiroso? No lo sé, pero el caso es que se puede, o bien poco amor habría en el mundo" o "cualquier mujer sin dinero es una aventurera matrimonial". Sobre la guerra, cuando el capitán Shotover, inventor para el ejército, advierte que su cerebro "ya no proyecta matanzas como cuando era joven". Sobre el dinero, el añoso pero rico patrón Alfred Mangan (Pep Anton Muñoz) le dice a la joven Ellie Dunn –q ue pretende casarse con él –que arruinó a su padre "de manera deliberada, pero sin mala fe, sólo por razones empresariales". Después de todo, dicen, "la manera más rápida de arruinar a un hombre que no sabe administrarse económicamente es darle dinero".
La guerra de sexos, el amor, el destino, el poder y la economía, pero también el cinismo y la desafección sociales se mezclan para hablar sobre el sentido de la vida y sobre toda una civilización a la deriva que se hundió con la cruenta Primera Guerra Mundial... Y que en algún caso nos puede recordar al mundo actual y sus diversas crisis, de la ideológica a la económica, aparte de las sentimentales, los corazones rotos que indica el título. El público acogió la obra con calidez y bastantes sonrisas, y aunque hay a quien se le hizo "algo larga" tras tres horas y media, no podía dejar de destacar tanto su vigencia y su ironía como "ese final sorprendente, un poco judeocristiano, de expiación colectiva, todos esperando el destino".