publicat per
Marcos Ordóñez
4 de desembre de 2015
Un momento de la obra ‘Al nostre gust’. / BITO CELS
'Al nostre gust', el nuevo espectáculo de Oriol Broggi, es
una celebración de la palabra y el teatro
El nuevo espectáculo de Oriol Broggi y su compañía en la
cripta de la Biblioteca de Catalunya se llama, shakesperianamente, Al nostre
gust. O sea, a su gusto: un collage de muy diversos textos que les apetece
recordar y poner en escena, con dramaturgia de Broggi y Marc Artigau. Como si
nos dijeran: “Vengan a escuchar las voces y las músicas de unos cuantos
autores, de Sófocles a Mouawad, pasando por El Bardo, por Salvat-Papasseit,
Ibsen, Fellini, abuelos, padres, y el tío Pinter, y el tío Chaplin, y Vinicio
Capossela, y los Tiger Lillies, y muchos otros”.
No se trata de pasar un examen, no hace falta adivinar de
quién es cada fragmento (rondando la cincuentena) porque aquí todos sus ríos
van a parar al mismo mar: una celebración de la palabra, una celebración del
teatro. Como decía el abuelo Zweig, también presente, asistiremos a la
tempestad de las palabras, el mar infinito de la pasión que lanza al corazón
sus olas sangrantes, incansables, alegres y trágicas, hechas a imagen del
hombre. No hay argumento, claro está, sino trama entendida como trenzado o
urdimbre, como viaje de los comediantes: Laura Aubert, Jordi Figueras, Toni
Gomila, Montse Vellvehí, Ramon Vila, Ernest Villegas.
El espectáculo arranca con dos solitarios en la noche: el
dealer y el cliente de En la soledad de los campos de algodón, de Koltès,
quizás el pasaje más extenso, que comienza así: “Si usted está aquí, a esta
hora y en este lugar, quiere decir que desea alguna cosa que no tiene y que yo
puedo proporcionarle”. No cuesta ver al dealer como actor tentador, y al
cliente como espectador ávido en busca de una emoción. El dealer es Ramon Vila,
cada vez más sabio, más hondo; el cliente es Laura Aubert, revelada como
brillante actriz de comedia, farsesca o agridulce, en la joven compañía del
Lliure, y que en la cripta va a mostrar su no menos poderosa faceta dramática,
trágica incluso, porque luego será una Antígona de alto voltaje, despidiéndose
de su hermana Ismene, que corre a cargo de Montse Vellvehí. Del ardiente bosque
parisiense de Koltès viajamos al de Arden, y al bosque interior de Elsinor, y
al de Birnham, da lo mismo, porque los cómicos recorren una eterna carretera,
con You’re Wondering Now, de The Specials, a modo de himno, y levantan su
humilde carpa en cualquier lado, entre los árboles o en el fango donde nacerá
el Globe, y siempre hay un niño o alguien que mira con ojos de niño y queda
prendido, y escucha, y camina con ellos. Avanza la troupe y avanza la función,
y las voces hablan de lo que nos falta para volver a ser, completos; esa frase
que podría volver a dibujar los contornos de la ciudad perdida, donde las
puertas de las casas se abrían al paso de los extraños; la ciudad reina que
llevaba el nombre olvidado con el que una voz querida nos llamó, hace mucho
tiempo, para que volviéramos a casa antes del anochecer. ¿Quién dijo eso?
¿Chéjov, Miquel Àngel Riera, Thornton Wilder? Da igual, lo escuchamos y sabemos
que es verdad. A veces no recordamos quién escribió una canción: recordamos la
canción y basta, un air qu’on retient. Nuestros antepasados son contemporáneos
y futuros; Ramon Vila recita Tot l enyor de demà y es la voz de nuestro abuelo
y nuestro nieto. Quiero celebrar la artesanía del trenzado de Broggi, la pasión
y el talento de estos intérpretes. No conocía a Toni Gomila, se me escapó
Acorar, su exitoso monólogo, pero siempre se acaba atrapando a los grandes
actores, y he vuelto a encontrar la fuerza de Ernest Villegas, y la enorme
delicadeza, la gracia sutilísima de Jordi Figueras, que fue marino varado en
tierra y Jan Julivert Mon en aquel Adiós a la infancia con el que Broggi quiso
rendir homenaje, hará un par de años, al universo de Juan Marsé.
Ahora Laura Aubert y Montse Vallvehí son Rosencrantz y
Guildernstern (o al revés, da igual), siempre condenados y durante un rato
aliviados por la llegada de los cómicos, como cualquiera de nosotros, como los
soldados que, en víspera de ejecución, escuchan la canción de la muchacha rubia
en Senderos de gloria, otra de las conmovedoras esmaltaciones de la noche. Y
Villegas y Gomila vuelven a Koltès, guardianes de la prisión de Roberto Zucco,
dos clowns estupefactos, como nosotros, y de repente, alrededor del fuego y
frente al teatrito desvencijado y soberbio, brota la historia de la muerte de
Eleuteri, que una mujer de Sinera le contó a Espriu, y el poeta nos lo contó a
su vez para que su nombre no se perdiera, y ahora el muerto y el nombre
resucitan gracias al encantamiento de Vila, de Villegas, de Vallvehí, y
comienzo a ver cómo se forma el trenzado más profundo. El tercio final es pura
maravilla: los enterradores que juntaron a Ofelia y a Yorik se convierten en
maese Hueco y maese Silencio escuchando el recuerdo de las campanadas a
medianoche, y luego Montse Vallvehí, sensacional, evoca la historia de la madre
que cambió de rostro, y Laura Albert canta (y todos, a coro) una preciosa
canción italiana con música de Paco Ibáñez, y luego llegan Villegas y Vila, o
sea, Hamlet y Horacio, y traen nuevas palabras como palomas, frases de Nathalie
Sarraute y de Pere Calders, y la despedida del padre en Fanny y Alexander, de
Bergman, y Lear le da la mano a Próspero, y todo es la misma canción, y la
certidumbre última: ¿de qué va la canción, de qué va Al nostre gust? De la vida
y la muerte, siempre entretejidas.
Otras dos estupendas funciones para ver en Barcelona, y
espero que pronto en toda España: Conillet, la versión catalana de El conejito
del tambor de Duracell, de Marta Galán (Espai Lliure). Un texto con verdad y
sacudida y ritmo, retrato de una mujer llena de vida, de rabia, de estrés y
melancolía; la descomunal interpretación de Clara Segura, cañón de actriz, una
de nuestras fieras; la dirección, fluidísima, sin un bache, de Marc Martínez. Y
Be God Is, en el Llantiol (solo los jueves). Me habían dicho que Espai Dual
eran buenos, pero no creí que fueran tan buenos. Oriol Pla, un insólito hijo de
Harold Lloyd y Bob Fosse, acompañado por Blai Juanet y Marc Sastre: clowns con
energía a chorros y un control milimétrico de los movimientos, músicos,
bailarines, acróbatas… Una inyección de alegría eléctrica en vena. ¡Cuantísimo
arte!
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