10 de setembre 2010

Dos parados "se venden" como mascotas en FiraTàrrega

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10 de setembre de 2010


Gemma Bastida
EFE

Uno de los montajes más ácidos y sarcásticos que pueden verse estos días en la Feria de Teatro en la Calle de Tàrrega, en Lleida, tiene el sello de la Reial Companyia de Teatre de Catalunya, que pone a la "venta" a dos parados con dudosas habilidades para entretener al personal.
Con el telón de fondo de la crisis y el desempleo, el montaje, que se desarrolla en un escenario atípico, como es el escaparate de un establecimiento del centro de la población, pretende ser asimismo una alegoría crítica del mundo mercantil.
Tras el cristal de la tienda y ante la atenta mirada de los transeúntes, dos parados jóvenes, hombre y mujer, sostienen, con un permanente semblante serio y cierta desgana, unas pancartas en las que puede leerse: "¿Quieres una mascota? Nuevo plan del Gobierno: Compra un parado".
Se oye música. Los desempleados aspirantes a animal de compañía proceden a mostrar sus habilidades y ejecutan "el nivel de entretenimiento 1", consistente en una especie de baile con poca gracia y bastante descoordinación.
La inverosímil danza parece que no acaba de convencer a los compradores, por lo que vuelve a sonar la música, esta vez charlestón, y los parados, ataviados ahora con un vestido de lentejuelas rojo y guantes y diadema del mismo color, retoman los pasos de baile, esta vez algo parecido al cabaré, esforzándose en esbozar una leve sonrisa en sus tristes caras.
Cada vez más transeúntes se detienen frente al establecimiento para ver "el nivel 2" de entretenimiento de este inédito espectáculo.
Tras varios minutos de charlestón, llega el momento de la demostración del tercer y último nivel de entretenimiento. Los desempleados se vuelven a cambiar. Esta vez se enfundan un disfraz de conejo y empiezan a bailar al ritmo de "reggaeton". O algo parecido.
Ahora sí, los parados bailan con ritmo y simpatía. Es su última oportunidad para embaucar al público y lograr que alguien les adopte como animal de compañía.
En la calle, el público infantil se muestra fascinado con estos simpáticos y grandes conejos. Saltan y ríen con ellos. Pero el tiempo de demostración acaba y, poco a poco, el público se dispersa. Los parados se quitan el disfraz de roedor.
Nadie entra a la tienda a comprarlos.

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