25 de juny 2011

El TNC acoge un wéstern sobre la identidad catalana


Jordi Casanovas cierra el proyecto T6 con un viaje entre los Pirineos y La Mina

Del spaghetti-western de despedida del Lliure de Àlex Rigola, al «wéstern catalán» que propone Jordi Casanovas para cerrar el quinto ciclo del proyecto T6 de jóvenes dramaturgos del Teatre Nacional de Catalunya. Casanovas le echa el lazo al moribundo género cinematográfico para cabalgar en busca del yo en Una història catalana -en la Sala Tallers hasta el 26 de junio-. Un viaje con parada en dos espacios fronterizos: los Pirineos y La Mina, regidos por sus propias leyes. Duelos al sol, gigantes del tocho, forasteros, buenos, malos y feos, y una grata sorpresa para la platea que es mejor no desvelar. Al elenco del T6 -con Àngels Poch, Rosa Boladeras y Anna Moliner, entre otros- se suman Borja Espinosa, Andrés Herrera y Pep Cruz, un «John Wayne» a la catalana.

Una escena de 'Una historia catalana'. Edición Impresa Versión en .PDF Información publicada en la página 51 de la sección de Espectáculos de la edición impresa del día 07 de junio de 2011 VER ARCHIVO (.PDF)
DOS RELATOS / «Creo que la identidad de Catalunya se ha ido creando en los márgenes; lo sucedido en las zonas periféricas ha afectado mucho a nuestra sociedad y a veces una cierta identidad viene dada por la exclusión, por la negación de otra que conocemos», argumenta el autor que, en su más ambicioso proyecto, entrelaza dos relatos que recorren 20 años, desde el inicio de la transición hasta la Barcelona posolímpica. Sitúa el primero en un pueblo catalán de los Pirineos donde tres mujeres que viven en una masía resisten con todas sus armas (brujería incluida) el acoso de un ricachón que quiere comprar la montaña para hacer pistas de esquí. Al resto de los vecinos ya los ha comprado, pero ellas plantan cara, solas ante el peligro.

Paralelamente, una segunda narración transcurre en el extrarradio barcelonés de La Mina, donde un joven camello logrará, lustros después y pelotazo mediante, convertirse en el rico propietario de una inmobiliaria. Ambas historias acabarán confluyendo con la peripecia de un hombre que regresa tras años de exilio a su idealizada patria. Los actores tuvieron que hacer una inmersión lingüística en el pallarés o en el «castellano mal hablado» de La Mina, según sus personajes. Casanovas justificó ese viaje a los extremos rememorando su infancia en Vilafranca: «Todos los niños con los que jugaba tenían apellidos catalanes. Los castellanos, como les decíamos, no jugaban con nosotros. A su barrio le llamábamos Harlem».

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Imma Fernández
7 de juny de 2011

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