El estreno de «El Pintor» en los Teatros
del Canal y las dos funciones previstas agotaron sus entradas con suficiente
anticipación como para imaginar que Boadella tiene un público fiel.
La visión personalísima y teatral de Albert
Boadella se centra ahora en Pablo Ruiz Picasso, con la singularidad de que el
texto sirve de libreto a una ópera puesta en música por Juan José Colomer. El
estreno en los Teatros del Canal y las dos funciones previstas agotaron sus
entradas con suficiente anticipación como para imaginar que Boadella tiene un
público fiel. Creer que la demanda responde a un interés por la ópera
contemporánea (y esta lo es en tanto se trata de una obra actual) sería
ilusorio a pesar de triunfos recientes como la reposición de «Dead man walking»
en el Teatro Real, de cuya temporada también forma parte «El pintor».
En ese contexto, hay que entender la buena
recepción de la obra, cuyo encanto popular tiene mucho que ver con el hábil
manejo del tópico, el carácter banal del retrato que propone y la suerte de un
texto que se enroca en frases de aparente trascendencia estética. Se juega a la
reducción al absurdo, a la inmediatez de una fórmula que ayuda a la caricatura
del «macho pintor» y sus «micciones» artísticas, que previene (bien es cierto
que con prudencia) sobre su condición de comunista y artista acaudalado,
«destructor de mierda burguesa», mientras se recrea en el afán mujeriego y
banaliza hasta el sonrojo singularidades estéticas de un creador de «trazo
genial» (así lo escribe Boadella).
No se invoca aquella gloria de la crítica
artística moderna según la cual «esto lo pinta hasta un niño» porque en el
trabajo de Boadella hay suficiente inteligencia y ciencia teatral como evitar
la absoluta vulgaridad aunque convierta en eficiente lo que a la postre es
inmediato: el recurso mefistofélico se justifica en el afán desmedido de
fortuna que demuestra el personaje, mientras que su gesto humanitario (Picasso
no es completamente el insaciable que aparenta) se reconstruye en esa
singularísima escena en la que atribulado e inseguro empequeñece ante Velázquez
y una tribu que reclama la usurpación de sus primitivos códigos artísticos.
Si muchas de las anteriores deducciones
están sobre la mesa es porque el sentido bufonesco del texto (que sería un
propósito loable) está negado por una música que se toma muy en serio todo lo
que se dice. El trabajo de Colomer es sólido, está trazado con autoridad y
recursos, y gestiona con competencia citas y gestos propios. La impresión es
que se anquilosa en la línea de canto aunque esta es una apreciación inmediata
y condicionada por un reparto que, en la primera representación, dejó demasiado
al descubierto las dificultades de cada parte.
Musicalmente le faltó calidad a la Orquesta
Titular del Teatro Real, desdibujada a las órdenes de Manuel Coves. Aún así es
muy notable el esfuerzo del protagonista Alejandro del Cerro o del «Mefis»
Josep Miquel Ramón. Siempre en su sitio Toni Comas. Es curiosa la apelación a
la fealdad en el oficio, a la conquista del caos o a la violación del pasado
como herramientas para el triunfo. Aparentan ser principios lo que, en realidad,
son libelos.
«El pintor» ***
Música: Juan José Colomer. Libreto y
dirección escénica: Albert Boadella. Director musical: Manuel Coves.
Escenografía: Ricardo Sánchez Cuerda. Figurines: Mercè Paloma. Iluminación:
Bernat Jansá. Coreografía: Blanca Li. Intérpretes:Alejandro del Cerro, Josep
Miquel Ramón, Belén Roig, Toni Comas, Cristina Faus, Iván García. Orquesta
Titular del Teatro Real, Coro de la Comunidad de Madrid. Teatros del Canal,
Madrid
Publicat per
Alberto González Lapuente
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