La obra de Marta Buchaca, producida por la sala FlyHard,
sigue triunfando en el Teatre Lliure
publicat per Albert Lladó , www.lavanguardia.com 19 octubre de 2012 Una
escena de 'Litus' Roser Blanch/Teatre Lliure
Buena señal (no todo van a ser malas noticias). Cuando un
teatro público abre sus puertas a una compañía joven, y a una sala
independiente como la FlyHard, es que algo funciona. Montjuïc, así, acoge la
exitosa pieza de Marta Buchaca, Litus, que ella misma dirige con inteligencia y
precisión.
Un joven se suicida. Su amigo, su compañero de piso, su ex
novia, el hermano, y con el que compartía grupo de música, quedan para realizar
una suerte de homenaje en forma de cena. Supuestamente, ha dejado una carta
escrita para cada uno de ellos. Un comedor es el único escenario por el que se
mueven los actores. Los diálogos, pensados al milímetro, transcurren con esa
magia tan difícil de conseguir en el teatro: la aparente naturalidad. Buchaca
ha tejido un reloj con una maquinaria textual casi perfecta. El tempo y el tono
van de la mano.
Litus es teatro claramente comercial. Busca entretener y
entretiene. Y ello, en absoluto, es algo peyorativo. Al contrario. La dramaturga
y directora tiene mucho oficio, y lo utiliza para hablar de una generación que
ronda los treinta años y que vive entre las constantes dudas e incertidumbres.
Los referentes, que el público entiende con complicidad, pasan de una serie de
televisión a la estrambótica bebida alcohólica ("leche de pantera")
de un bar del Gótico. La pieza está llena de guiños con los que el espectador
se siente identificado.
Litus es, también, una reflexión sobre el miedo a la
soledad. Hay que afrontar una dolorosa pérdida y cada uno hace lo que puede.
Rehacer la vida sentimental, relativizar los éxitos y los fracasos,
acostumbrarse a una nueva cotidianidad, o dejar de mirar a lo que pudo haber
sido y nunca será. La muerte del protagonista ausente simboliza, claro, el
ocaso de una adolescencia que se ha estirado como un chicle. Todos han muerto
un poco con él.
La platea se llena de pañuelos de papel. Parece que estemos
ante uno de esos filmes lacrimógenos de Hugh Grant. Y es que la pieza transita
de la melancolía a la comedia con un ritmo constante, sin caer en lo frenético,
y sin detenerse en exceso en lo narrativo.
Hay momentos, es cierto, que existe el peligro de
abandonarse a lo cursi (el final es lo más flojo de la propuesta), pero
enseguida el texto remonta para provocar la carcajada. Esa válvula que salva en
todo momento la obra se llama David Verdaguer, que interpreta con gran ingenio
a Marc, y que parece estar vigilando las amenazas de naufragio. El resto de
actores (Sara Espígul, Borja Espinosa, Josep Sobrevals y Sergi Torrecilla)
están a la altura de las circunstancias, pero el rol de Verdaguer funciona como
bisagra entre registros. Los posibles vaivenes, de este modo, se transforman en
giros que hacen de Litus un artefacto divertido y tierno al mismo tiempo.
Minucioso. Bien hecho. Recomendable.
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