Éramos no más de cincuenta personas, todas provistas de
nuestra reglamentaria mascarilla, sentadas con una butaca vacía entre cada dos
espectadores y en diagonal con los de la fila delantera. Llevábamos nuestra
entrada en el móvil y pudimos acceder al interior después de que se nos tomara
la temperatura.
Yo creo que todos los presentes éramos conscientes de que
íbamos a vivir un hecho histórico: la reanudación de la vida teatral
barcelonesa interrumpida desde hace cinco meses por culpa de la endemia de
coronavirus. Y quien dio el disparo de salida fue una pequeña sala del
off-Barcelona, la sala Versus Glòries de la calle Castillejos, que se encuentra
cabe los Encantes nuevos y es un espacio teatral versátil con dos frentes de
butacas en el que la acción dramática discurre en el centro.
La reanudación de la vida teatral exigía un texto ligero,
divertido y de fácil digestión, lo que no significa que hubiese por ello de
carecer de alguna carga de profundidad. Y con tal fin los responsables de la
sala escogieron la comedia “Gustafsson R60” de Rosa Molina, una tarrasense
afincada en Oslo que es autora de una interesante obra literaria pero que hasta
la fecha no había estrenado nunca en la ciudad condal. Lo ha hecho con esta
comedia que dice “habla de la amistad, del amor, de la sinceridad, de todo lo
que deseamos en la vida y de la falta de escrúpulos para conseguirlo”.
La acción gira en torno a una cena de amigos, tres parejas
que no resultan ser las emparejadas en la vida real, y que se reúnen en torno a
una mesa, lo que nos indujo a pensar que era la clásica “comedia de cena de
matrimonios”. Pero no es exactamente así, entre otras razones porque en este
caso la mesa de la cena, una pieza de diseño sueco cuya denominación da título
a la obra, es el secreto objeto del deseo de algunos de los participantes en el
ágape. Dicho esto, más que de amores y de sinceridad, diría que es una comedia
de infidelidades, traiciones, deseos ocultos y frustraciones, aunque la autora
nos regala, eso sí, un final feliz.
Los seis intérpretes, pertenecientes a La Trama y Pomodoro,
se movieron con soltura en ese espacio abierto a dos frentes y ejecutaron sus
papeles con toda propiedad. Una única observación: así como actores y actrices
de antaño estaban acostumbrados a trabajar en salas enormes y, por ende, a
hablar muy alto, los de ahora han invertido esa tendencia y tienden a hacerlo
en un lenguaje coloquial que muchas veces no llega con la necesaria claridad a
las filas altas de la sala o a quienes tienen -tenemos- el oído algo duro. En
todo caso, tanto los intérpretes, como la autora y a la vez directora, fueron
muy merecidamente aplaudidos porque la obra resulta ágil y entretenida.
Terminada la función, una voz nos invitó a salir de la sala
ordenadamente y según las filas que ocupáramos. Excelente organización, pues,
de la Sala Versus Glòries que puede desde ahora mismo enorgullecerse de pionera
de la nueva temporada teatral, que deseamos fervientemente discurra por cauces
más tranquilos y esperanzadores que la anterior.
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