Las hermanas Clara y Solange Lemercier son las criadas de
una dama de la alta burguesía francesa. Todas las noches inician una ceremonia
perversa, un ritual donde la realidad y la ficción se mezclan en un juego
mortal de cambio de identidades. Clara es la señora y Solange es Clara. Solange
es la señora y Clara es Solange.
Son seres alienados, faltos de identidad. No hay hermana buena
y hermana mala, las dos alternan los papeles constantemente, porque ninguna
existe por sí sola, porque son las dos caras de un mismo personaje. La inquina
y la rabia de ser conscientes de su destino de criadas las lleva a un desenlace
fatal.
“La señora se creía protegida por su barricada de joyas, la
señora se creía a salvo en el refugio de su destino de amante dolorosa, en la
trinchera de su sacrificio, porque la señora se creía especial, la señora se
creía distinta, y puede que lo haya sido, puede que la señora haya sido
diferente y especial, pero la señora no contaba con algo. ¡La señora no contaba
con la revolución de las criadas! ¡La revolución que viene de abajo y trepa
hasta usted para acabar con su aventura! ¡La aventura de la señora con ese vulgar
ladrón!»
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