24 d’abril 2013

Sumerjan lo políticamente incorrecto




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20 abril de 2013
Albert Lladó
foto : Escena de 'El Principi d'Arquimedes' David Ruano

'El Principi d'Arquímedes' llega a La Villaroel para mostrarnos una sociedad obsesionada con la seguridad y en la que los afectos no tienen espacio

Un beso. El problema es un beso. Un monitor de piscina (Rubén de Eguia) es el encargado desde hace cinco años de ayudar a los más pequeños a que naden sin flotador de burbuja. No es poca cosa. Es un momento crucial en el que los miembros del grupo infantil Cavallets de mar han de confiar en sus propias facultades para sobrevivir en el agua. Uno de los alumnos tiene miedo, y el joven entrenador, en un gesto espontáneo, le besa para tranquilizarle. ¿O no es un gesto espontáneo?
El Principi d’Arquímedes (¡qué gran título!), escrita y dirigida por Josep Maria Miró i Coromina, llega a La Villaroel después de su éxito el anterior Festival Grec (el texto fue galardonado antes con el Premi Born). No es una pieza sobre la pedofilia, no, sino acerca de cómo la sociedad, acechada por todo tipo de peligros, se ha ido cerrando en sí misma.
No hay sitio para la ternura. Todo lo que huela a políticamente incorrecto ha de desaparecer. La rígida directora del centro deportivo (Roser Batalla) reconoce que cuando ella era más joven, y trabajaba en un campamento, los adultos se bañaban desnudos frente a los chicos, sin mayor problema. La naturaleza al aire libre también es eso. Hoy sería impensable, claro.
El texto funciona muy bien porque el artefacto se ha pensado al milímetro. Las escenas se presentan como un calidoscopio -incluso vemos girar la escenografía- en el que la analepsis y la prolepsis van abriéndonos ventanas, puntos de vista, perspectivas. Una discusión inocente con el otro monitor (Albert Ausellé), fuera de contexto, puede convertirse en un indicio evidente de perversión. El argumentario de un padre preocupado (Santi Ricart) sirve para justificar un interrogatorio injustificado. Un objeto olvidado en una taquilla, una prueba irrefutable.
Como en física, un cuerpo sumergido (el beso) es capaz de hacer saltar por los aires en un instante, como un géiser, lo que durante años ha sido un lugar de aprendizaje (la piscina). La confianza en el otro se esfuma por el cúmulo de fragmentos que encajan. O que podrían hacerlo.
No se puede fumar en los vestuarios, no se puede llegar tarde a las clases, no se puede dejar de rellenar el botiquín. Todo ha de estar, pues, herméticamente calculado. La prevención se ha convertido en la única posibilidad de conducta. ¿Y qué hemos perdido por el camino?

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