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24 de desembre de 2014
Albert Lladó
Marc Chornet y Raimon Molins ofrecen en la Sala Atrium una
íntima y precisa adaptación de 'Hamlet'
Sin renunciar a nada, Marc Chornet y Raimon Molins han
conseguido actualizar el Hamlet de William Shakespeare. Una de las mayores
obras de la literatura universal en uno de los teatros más pequeños de
Barcelona, la Sala Atrium. Alba José, Marc Rius, Xavi Torra, Clara de Ramon
(qué gran actriz hay ahí), Toni Guillemat y el propio Raimon Molins, que
realiza un trabajo espectacular, dan cuerpo y voz a la mayoría de personajes de
la trama, gracias a la traducción de Joan Sallent. ¿Cómo volver a un texto tan
conocido y llenarlo de fuerza y nervio?
Molins podría haber creado una pieza para lucirse -y
realmente conmueve cuando a Hamlet le llega la locura más desbordante- pero,
sin embargo, hay un respeto por la coralidad, con una compañía jovencísima, que
hace de esta propuesta (atención: sólo están hasta el 11 de enero) una cita
imprescindible para los amantes del teatro de texto. El primero de los aciertos
es la escenografía, una suerte de pasarela que se recoge y se despliega, que
esconde el río en el que se ahogará Ofelia, y que sitúa a los actores a
milímetros del público.
Las primeras proyecciones, y la música de discoteca, podrían
hacernos creer que estamos ante una de esas versiones que quieren arrastrar
Shakespeare a nuestros días a golpe de efectismos de luz y sonido. Por suerte
pronto veremos que no, y que la atmósfera conseguida es capaz de recrear esa
ósmosis entre la vida y la muerte, entre el funeral y la boda, donde el rito
intenta velar la traición más cruel.
Dos horas y veinte minutos que pasan como un soplo, una
concentración que respeta todos los tempos, una serpiente de acción y
monólogos, de estrategia y seducción. Tan sólo nos chirría una voz en off que
intenta encajarse, forzosamente, en la pantalla. Un detalle casi sin
importancia, que olvidamos pronto, cuando, en el juego de dados, o en los
múltiples simulacros, vamos metiéndonos de nuevo en una historia de delirio y
corrupción, una historia contemporánea como pocas.
El minimalismo de este Hamlet es delicioso. Una copa puede
ser, a la vez, la calavera de Yorick o una amenazante espada. Y la pasarela es
un lecho, un campo de batalla y la prisión en la que se ha convertido una
Dinamarca manchada de sangre e incesto. Gertrudis, Claudio, el príncipe y su
amada, Laertes u Horacio vuelven a estar tan adentro. Texto, convención, y más
texto. Una fórmula, que si se aplica desde el coraje, la intimidad y la
precisión, resulta infalible. El resto es silencio.
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