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19 de maig de 2015
Un grupo de moteras que parecen sacadas del mismísimo Mad
Max (falta la Tina Turner), una jaula llena de gallinas vivas (y por si fuera
poco, un gallo), un Miguel de Cervantes semidesnudo (y colgando por los aires
el pobre la mitad del tiempo), una estación espacial estrellada en el medio del
escenario (con su banderita de la Unión Europea hecha trizas), lesbianismo to
the power (y mucho palparse las partes íntimas), ciencia ficción de palo (con
su voz cibernética y letricas pasadas de moda)... Surrealismo y delirancia a
raudales al fin y al cabo es lo que se puede encontrar en el vaso de la túrmix
de Pingüinas, la última barrabasada del genial o imposible (según gustos y
pareceres) Fernando Arrabal.
Pingüinas es un encargo del actual director del Teatro
Español, y director asimismo de este montaje, Juan Carlos Pérez de la Fuente, a
Arrabal para conmemorar los 400 años de la publicación de la segunda parte del
Quijote. Haciéndole el encargo a tal particular figura, no podía salir nada ni
medio normal de ello, claro está. Y lo que ha pergeñado el señor Fernando es un
batiburrillo protagonizado por 10 mujeres (aunque en realidad sean 3 las que
llevan la voz cantante), familiares y criaturas varias de Cervantes, sitas en
un futuro imposible, con innumerables referencias tanto a una cervantinérrima
cultura del Siglo de Oro con gorguera como a la más popular y mamarrachísima
posmodernidad (con líneas dedicadas para Mira quién baila o la Conchita
"Salchicha", for poner un example). Todo en torno (y bajo,
literalmente hablando en algunos momentos) a la figura de un Miguel de
Cervantes o Miho (Mi'jo), su creador/hijo/hermano/nieto/sobrino, despojado de
palabra (o, para ser más exactos, habiendo sido trasvasado el discurso a estas
féminas).
Juan Carlos Pérez de la Fuente dirige (y digiere) este
maremágnum delirante y postapocalíptico como buenamente puede. Es decir,
utilizando todos y cada uno de los recursos que tiene a su alcance para vestir
ese texto que le caído del espacio exterior (como la estación incrustada en el
centro del escenario). Desde esa impresionante torre con proyecciones en suelo
y placas en el techo del inicio, pasando por el baile con palmitas del Happy de
Pharrell Williams poniendo a todo el mundo en pie (en frío, porque después
seguramente sería más complejo si cabe), pasando por los vuelos cervantinos,
las diez (diez, sí) motos en escena con cabezas animalescas, el carro repletito
de gallináceas o las proyecciones futurísticas, hasta un diseño de iluminación
apabullante (que en ocasiones parece de feria o de concierto de Steve Aoki),
Pérez de la Fuente emplea todos, todos, todos los recursos a su alcance para
engrandecer (o simplemente hacer más llevadero) el texto arrabalesco. Vamos,
que pasta debe haber invertida en esta ida de olla una jartá.
Y es que al fin y al cabo lo que es, es. Y lo que no es, no
es. Y lo que es esto es una ida de pinza como los molinos del Quijote. Y como
con esos mismo molinos, unos verán gigantes en su mastodóntica presencia. Y
otros, pues no. Unos dirán que es una maravilla de función, una genialada sin
par... Y otros que es una tomadura de pelo como no han visto en su puta vida (y
perdón por la expresión, pero el señor Arrabal no creo que se lleve las manos a
la cabeza por alguna palabra malsonante que otra). Y yo (poniendo por delante
que no es que le tenga manía, ya que disfruté bastante con su último Dalí vs.
Picasso sin ir más lejos) soy más de los de What the fuck. Porque es que este
texto es que no hay por dónde pillarlo. Que contiene referencias cultísimas y
el autor es más que inteligente está claro (eso nadie lo niega y es evidente).
Pero de ahí a que funcione (o que sencillamente lleve a algún lado), eso es
harina de otro costal. Y si uno se lo quiere leer, pues me parece
fantásticamente y no seré yo quien queme todas las copias. Pero de ahí a
invertirse el dinero que debe tener este desorbitado artefacto dentro (y mira
que nunca lo digo, pero ya es la segunda vez en un solo texto) pues es que da
algo de rabia, para qué nos vamos a engañar.
Y con los pedazo de profesionales que tiene el montaje.
Sobre todo, y porque son la cara visible, el elenco femenino y el único
representante masculino interpretado por Miguel Cazorla. Y es que deben luchar
contra un texto dificilísimo y estrambótico en el cual les debe de haber
costado dios y ayuda encontrar un agarradero medianamente firme para defender
con brío. Y lo consiguen (ahí increíble labor de tod@s, y por supuesto del
director). Sobre todo en cuanto a las tres pingüinas jabatas se refiere, sobre
cuyas espaldas se asienta la función, interpretadas por Ana Torrent, Marta
Poveda y María Hervás (aunque sigo sin entender por qué se ha optado por ese
acento andaluz para esta chiquilla, que no funciona lo mires por donde lo
mires, y mira que es buena actriz). Las tres llevan la función con una entrega
encomiable y tremendísima fuerza. Así como la hija, una estupendísima Ana
Vayón. Y Lara Grube, la madre, protagonista junto con Cazorla y otras pingüinas
del instante más mágico de la función: un cuadro hipnótico, hermosísimo, que es
ese monólogo de la madre de Cervantes. Ese momento, cierto es, hay poesía
escénica. Y ella es sencillamente increíble. Sin olvidar que el final también
posee una enorme belleza.
Estéticamente no hay duda de que llama la atención estas
Pingüinas... Pero el resto parece una gran, grandísima broma pesada.
"Inocente inocente", parece que te susurra Arrabal al oído todo el
rato con una risilla de duende. O directamente a la cara, como sucede en un
momento de la función. Que no sé si será a propósito, lo que tendría su
gracia... Aunque es una idea que cobra sentido dado que la función parte de esa
anécdota quijotesca del caballo Clavileño, que supuestamente es capaz de llevar
a la luna a sus jinetes... El final, peligrosamente semejamente al de la última
obra del autor estrenada en el Matadero, además le permite efectivamente hacer
lo que le salga de su controvertida entrepierna sin tener que rendir cuentas a
nadie. Arrabal es un superviviente surrealista, delirante, genial y maravilloso
cuando quiere. Es un hecho. Pero muchos pensarán con esta función que este
Sátrapa Trascendente en un poco tunante. Que el espectador ya sabe a lo que va,
sí. Pero tiene tela el asunto.
No todas las obras tienen por qué ser narrativas. A mí ya me
pueden contar la Caperucita Roja deconstruída empezando por el final y
protagonizada por una stripper y un gato montés que si me meten en el rollo me
tienen ganado. Pero este aparatoso Pingüinas tampoco consiguió (por lo menos a
mí) sumergirme en su muy particular universo (o hacerme la gracia suficiente)
para que me dejara llevar por esta corriente espacial y especial. Vamos, que la
función es un desbarre de padre y muy señor mío. O como dijo mi acompañante
cuando salimos de la función: "Lo mismo el Mineralismo ha llegado... Y yo
no no me he enterado..."
+ info
Nombre del montaje: Pingüinas
Disciplina: Teatro contemporáneo
Director: Juan Carlos Plaza
Autor: Fernando Arrabal
Reparto: María Hervás, Ana Torrent, Marta Poveda, Lara Grube,
Ana Vayón, María Besant, Lola Baldrich, Alexandra Calvo, Badia Albayati, Sara
Moraleda y Miguel Cazorla
Movimiento escénico y Coreografía: Marta Carrasco
Diseño de escenografía: Emilio Valenzuela
Diseño de vestuario: Almudena Rodríguez Huertas
Diseño de luces: José Manuel Guerra
Composición musical y espacio sonoro: Luis Miguel Cobo
Diseño de audiovisuales: Joan Rodón y Emilio Valenzuela
Ayudante de dirección: Pilar Valenciano
Ayudante de escenografía: Alessio Meloni
Ayudante de vestuario: Liza Bassi
Asistente de dirección: Pablo Martínez
Asistente de gestión artística: Cristina Bertol
Asesoramiento acrobático: Escuela de Circo Carampa
Fotografía y diseño de cartel: Chema Conesa
Dónde: Matadero
Dirección: Plaza de Legazpi, 8. Madrid
Hasta: 14.06
Horario: De martes a sábados 20h. Domingos, 19h.
Del 1 al 14 de junio, de martes a domingo 20h.
Precio: De 15 a 22€
Venta de entradas: www.teatroespanol.es
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