Los actores de Bambalúa Teatro tienen medidas
hasta las piedras del Castillo para que el cambio de vestuario entre escenas y
la consecución de un buen sonido e iluminación sean invisibles a los ojos del
público de esta propuesta de verano. El espectáculo sigue hoy y el 1 y 2 de
septiembre
Genial la actuación, chic@s!!! Cada año
conocemos un poco más de vuestra tierra y vaya calor que hemos pasado estos
días. Viajeros de Málaga. // Me ha encantado la originalidad de todo. Todos
buenísimos, pero la Gigantilla para quitarse el sombrero. Desde Burgos. // Un
trabajo magnífico. Gamonalera // He disfrutado muchísimo de vuestro ingenio,
gestualidad y humor. Una noche estupenda...
Estos piropos de puño y letra escritos en el
libro de firmas de Burgati. Diccionario de antropología burgalesa se han
forjado durante hora y media de espectáculo en oriundos y foráneos. Se han
cincelado con los lances amatorios de una casquivana Gigantilla y un recio
Gigantillo, con una divina Catedral, con el tic del Papamoscas o el pardillo
Rodrigo Díaz de Vivar. Este es el montaje que ve el público, el que provoca
risas y carcajadas, pero hay otro, el invisible al espectador, el que se vive
entre cajas.
Los actores de Bambalúa, Sito Matía, Álex
Britos, Cristina Salces, Fran de Benito y Fernando Ballesteros, llegan al
Castillo una hora y media antes de que se inicie la acción. Ellos mismos lo
preparan todo. Cuelgan el telón y dejan detrás el atrezo que necesitarán para
convertirse en los personajes más castizos. Una hora después, mientras Sito
está en taquilla, el resto del elenco pasa calores en una caseta de guarda
tornada en camerino para noches de verano. Lápices de ojos, fijador de
maquillaje, toallitas limpiadoras, brochas, pinceles, pintalabios, fundas de
lentillas... Tocador para señoras y caballeros.
Fran es el que más tiempo pasa frente al
espejo. Uno no se convierte en la más bella catedral del reino sin sufrir.
Después de dos estíos ya le tiene cogido el truco. Mientras él sigue con la
brocha, Cristina se ata las botas de montaña que llevan todos para protegerse
de las piedras de la fortaleza, por las que chospan para que el engranaje no
chirríe.
Faltan quince minutos para las diez. Sito
tranquiliza a las señoras que esperan en la puerta. «Este es un espectáculo
itinerante que se sigue de pie. No hace falta coger sitio». Mientras, Álex y
Fernando han comprobado focos y sonido. Todo okey. La cuenta atrás empieza.
Animan la espera hablando de póker. Otro día puede ser fútbol. No hay nervios.
«Es el segundo año. Llevamos veinte funciones y está controlado», dice
Fernando. Cerca, Fran calienta la voz. «De Diego Porcelos no se ríe nadie». No
le harán caso.
Llega la hora. Cristina y Álex reciben al
público. Esta noche, en él estarán los hijos de este. Mateo y Claudia, que
pronto harán cuatro años, son forofos de los Gigantillos. Comienza la acción.
Los espectadores toman posiciones.
Ellos solo ven una tela lisa. Detrás, Fran se
está transformando en el fundador de Burgos. Es el primero en salir. Fernando
tarda poco en convertirse en esquimal. Y mientras ambos se enzarzan en una
batalla por la corona de primer poblador de la ciudad, Cristina lidia con los
generosos pechos de la Gigantilla y las enaguas por las que se muere el cura de
Capiscol. Silencio entre bastidores. Risas en la arena. En un abrir y cerrar de
ojos, Álex es el Papamoscas y Fernando, el Tetín. Se visten y desvisten sin
perder ripio de la trama. «Burgati, es Burgati», canta Sito al tiempo que se
ajusta las hombreras de un inusual Cid.
Mientras Fernando y Cris dan vida a Gigantilla
y Gigantillo en el segundo acto y Sito se ocupa del carro de sonido, Fran
recoge el camarote de los hermanos Marx en que cada noche se convierte el pozo
del Castillo y Álex deja a punto las luces que guiarán el camino hasta la
explanada para asistir a la escena final. El jueves no salieron a saludar unas
habituales luciérnagas.
Mucho antes de que la segunda escena concluya
en aplausos, Fran sortea los pétreos muros para la protagonizada por la
Catedral. Álex y Sito, sus fornidos contrafuertes, se unirán a él después y
Fernando cambia la cabeza del Gigantillo por los ropajes de terciopelo del
comercial que llegará con una suculenta oferta para el templo.
Todo está medido. El ovillo continúa
deshilachándose. Los intérpretes de Burgati se conocen hasta las piedras de la
fortaleza. La persistente oscuridad, los distintos escenarios ocupados por cada
capítulo, el uso de micrófonos inalámbricos y la necesaria y habitual lucha
contra el viento urgen esa precisión de relojero.
Las hojas de este diccionario de antropología
burgalesa pasan. La función termina. Aún queda despojarse del rastro burgatiano
y recoger todo. Pero antes toca saludar y recibir felicitaciones y besos de
propios y extraños.
Publicat per
A.S.R.
27/08/2016
Fran de Benito (i.) y Álex Britos, en el
proceso de maquillaje y caracterización de personajes. - Raúl Ochoa
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