16 de febrer 2012

Porcia es una frívola



Rafel Duran actualiza 'El mercader de Venècia' de Shakespeare en el Teatre Nacional de Catalunya

Shylock (Ramon Madaula) es un judío usurero, tacaño e integrista, que odia profundamente a Antonio (Àlex Casanovas), un hombre de negocios que le ha pedido un préstamo para ayudar a su amigo del alma, Bassanio (Roger Coma). Éste, quiere conquistar a la bella y rica Porcia (Anna Ycobalzeta) pero, para casarse con ella, tendrá que escoger, entre tres posibilidades, el cofre correcto.

La condición de Shylock, el aval que reclama, dibuja bien su crueldad. Si Antonio no logra devolverle el crédito en tres meses, le cortará de su cuerpo una libra de carne. Y las cosas se complican... porque el próspero mercader de Venecia, que tiene sus bienes en el agua, con barcos por alrededor del mundo, lo pierde todo, y llega el momento de saldar sus deudas.

No es difícil, pues, comprobar la potente actualidad del texto de Shakespeare, y trazar una línea directa entre el préstamo y una hipoteca subprime, entre la amenaza de Shylock y los múltiples y tristes casos de desahucios que estamos acostumbrados a conocer últimamente. La pregunta, que casualmente se hace Xavier Antich hoy en este diario, es si es necesario evidenciar esa actualidad, si no estamos simplificando los clásicos como si el espectador no pudiese entender, por si sólo, esos inquebrantables lazos con el presente.

La opción del director de El mercader de Venècia (que se puede ver en el TNC), Rafel Duran, es la de vestir a los protagonistas con corbatas y elegantes trajes. Además, con un uso abusivo de las proyecciones - ¿Por qué se nos enseña un vídeo con un mapa de dónde está Venecia? – y de recursos que son meramente eso, recursos. En forma de prólogo, la obra comienza con una suerte de manifestantes que protestan por los recortes con pancartas y símbolos sacados de nuestros días. No hay problema, pero es que luego ya no encontraremos ninguna referencia más... Se nos lanza un gancho, un guiño, y se abandona totalmente. Por ello nos da la sensación de que está puesto allí gratuitamente, forzando un diálogo que, de otra forma, podría funcionar.

Cualquier artificio, si está bien hecho, es lícito. Por supuesto. No es mala idea que Belmont, el lugar de reposo de la gente adinerada y donde reside Porcia, sea una zona vigilada por cámaras de seguridad, una suerte de urbanización moderna de ricos que no se relacionan con el resto de clases sociales. Pero eso ha de ser creíble, y la verosimilitud no se logra, una vez más, con una simple proyección.

Es evidente que hay aciertos en la obra de Duran. Madaula y Coma están espléndidos, demuestran que son actores de talento y profesionalidad, y Casanovas podría hacer lo mismo si su personaje no hubiese quedado relegado a un segundo plano, gris, abandonado. También la escenografía y la iluminación logran pasar de un espacio a otro sin problemas, y hay fragmentos en los que sí se profundiza en los asuntos centrales de la pieza de Shakespeare: los prejuicios religiosos, la lealtad, la amistad por encima de todas las cosas, el odio, la compasión y la ausencia de ella,...

Pero llega la música. Un descontextualizado tema de Kraftwerk, y un personaje travestido de Amy Winehouse (desafortunada metáfora de la desinhibición de la época), son algunos de los ejemplos que se utilizan para, supuestamente, aligerar un texto que no lo necesita, llenando la obra de un ruido innecesario.

Y Porcia, pese a ser el personaje que logra desenredar con astucia la trama de la comedia, es presentada como una frívola que luce modelitos mientras espera, estirada en un diván, al hombre de su vida. Cuando llega, en vez de mostrar desasosiego por si acierta el acertijo que les permitirá casarse, entona una dulzona y cursi canción. Y no se escuchan, ya, más interrogantes. Hay demasiadas estridencias.

publicat per
Albert Lladó
foto : Anna Ycobalzeta, en 'El mercader de Venècia' David Ruano/TNC
http://www.lavanguardia.com
5 de febrer de 2012

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