publicat
per
20 de
febrer de 2013
Albert Lladó
foto : Meritxell Gutiérrez
El dramaturgo dirige en Madrid La Corsetería, un centro de
creación e investigación teatral que busca "obligar a que lo posible
ocurra"
José Sanchis Sinisterra (Valencia, 1940) ha combinado, desde
sus inicios, creación e investigación, y se ha interesado por los puentes
existentes entre la escena y la narrativa, además de los vasos comunicantes con
otros campos, artísticos o científicos. Esa idea de límite (el recientemente
fallecido Eugenio Trías no podría estar más de acuerdo), en el que se
encuentran diferentes lenguajes y experiencias (Cortázar lo llamaría ósmosis),
es precisamente el punto de fricción donde la libertad creativa halla más caldo
de cultivo. De esa voluntad de experimentación nacería en 1977 el Teatro
Fronterizo, que más tarde acabaría convirtiéndose en la sede de la Sala
Beckett. Ahora, con más de setenta años, el creador incansable vuelve a
arremangarse y, fiel a su independencia, lleva dos años con un pequeño centro
que ha llamado La Corsetería y que es cuartel general del Nuevo Teatro Fronterizo.
De momento, resistiendo a todas las dificultades, ya han sido reconocidos con
un Premio Max de la Crítica.
¿Por qué crear, después de tantos años del proyecto de
Barcelona, un Nuevo Teatro Fronterizo en Madrid?
Me interesaba mucho recuperar margen de libertad, sobre
todo, para mis relaciones con América Latina. El hecho de ir a Madrid me
permitía un cambio de perspectiva. Es cierto que la Sala Beckett funcionaba muy
bien, con ayuda institucional, me sentía muy bien en el Institut del Teatre… pero
llevaba 25 años en Barcelona y creí que se tenía que cerrar un ciclo. Durante
un tiempo llevé una vida algo nómada, estuve dirigiendo el teatro Stabile della
Toscana… pero decidí instalarme en Madrid para apoyar la nueva dramaturgia,
fomentar la investigación y relacionar el teatro con otros campos del
pensamiento.
¿A qué ha renunciado el teatro actual?
El teatro se ha visto arrastrado por la lógica del mercado,
obsesionado por la audiencia, la diversión, el entretenimiento…
Alquila una antigua corsetería, y se pone manos a la obra
Sí, encontramos este local en Lavapiés y pensamos que era el
sitio ideal para lo que queríamos hacer. Ya teníamos la evidencia de que el
mundo será mestizo o no será. La multiculturalidad no es un accidente.
De hecho, uno de los objetivos de La Corsetería es mirar
hacia otras latitudes
El teatro que se hace en España, y también en Europa, está
anclado, y tiene un carácter endogámico: la gente de teatro es la que va al
teatro. Hay, más allá de los grandes centros de moda -a lo que llamo yo la
“Internacional Festivalera”-, un enorme desinterés por lo que está pasando en
otros lugares. Uno de las razones del proyecto era, pues, sacar el teatro de sí
mismo, y conectarlo con otras áreas de pensamiento y otras culturas.
Ofrecen, por ejemplo, un taller sobre Nietzsche
Nos interesa la relación del teatro con la filosofía, pero
también con la ciencia. Ahora (Sanchis Sinisterra acaba de ofrecer una clase),
por ejemplo, acabo de plantear el problema de las neuronas-espejo. No podemos
seguir trabajando, ni siquiera desde la actuación, sin tener en cuenta lo que
la neurociencia está descubriendo sobre el instinto mimético. O sobre la
empatía.
Otro de los temas que siempre le han preocupado es la
memoria
Esta obsesión por lo último, por lo nuevo, por la actualidad
clamorosa que nos imponen los medios de comunicación hace que se vaya
produciendo una especie de amnesia progresiva con relación a la historia. Por
una parte, de nuestra historia reciente, pero también de la historia de la
humanidad. Me parece importante recordar que el teatro también es un archivo de
la memoria. Luego hay temas que están clamando, como por ejemplo la
invisibilidad de la mujer. En este sentido, tenemos otra línea de acción en la
que hemos empezado, con cinco dramaturgas, un ciclo sobre pioneras de la
ciencia en España. La ciencia, como tantos otros mundos, ha sido un mundo
patriarcal ¿Es que no piensan las mujeres?
Siempre ha combinado pedagogía y creación
La pedagogía siempre ha sido un pretexto para compartir mis
investigaciones. Es inseparable de la creación, en mi cabeza. Me ayuda a
sistematizar lo que estoy trabajando. No puedo establecer la diferenciación.
Precisamente esas fronteras son los lugares donde pasan cosas interesantes.
¿Cómo ha de ser la relación entre el teatro y el poder?
Las relaciones del arte con el poder son siempre
turbulentas. O el poder trata de domesticar al teatro o bien, cuando lo
protege, lo puede pervertir de un modo sutil. Lo convierte en un escaparate
para mostrar su generosidad. Es una especie de censura implícita. Depende
también del país. Hay sitios donde la democracia tiene más fuerza, tiene una
historia mayor. En España hemos pasado de una dictadura a una pseudo-democracia
descafeinada sin tocar nada. La cultura está siendo considerada como furgón de
cola por los dirigentes, pero esto puede tener su lado positivo, ya que
obligará a la gente de teatro a inventar otros procedimientos de financiación y
otro modo de relación con el público.
Una forma de resistencia
El darwinismo puede ser una buena guía para el teatro (ríe).
Aprender cómo, en una situación de incertidumbre, los sistemas vivos generan
una serie de mecanismos para evolucionar, cambian el entorno, mutan, buscan
simbiosis. Creo que uno de los modos es establecer nexos, complicidades. No
esperar a que papá nos de la subvención. Generar una dinámica reticular, menos
centralizada. Nosotros, para cada proyecto, buscamos un aliado concreto.
¿Cómo construir nuevos públicos? ¿Cómo implicarse con el
barrio y dinamizar la sociedad?
Hay que tener en cuenta al no-público, esa enorme proporción
de ciudadanos que nunca han ido al teatro. Que creen que es ajeno a ellos. En
ese sentido, en La Corsetería hemos organizado lo que se conoce como “teatro
foro”, una técnica creada por Augusto Boal y que él llamó “teatro del
oprimido”, para sensibilizar a la gente y ayudar en la resolución de
conflictos. En su metodología estaba el tratamiento de problemas sociales y de
convivencia. Aquí reunimos a quince vecinos, la mitad africanos sin papeles. Y
estuvieron trabajando durante meses para preparar una especie de obra de
veinticinco minutos. La técnica consiste en ofrecer la representación, su
visión de los hechos, pero luego la repiten y quien quiera, levanta la mano,
ocupa el lugar del personaje, y la puede cambiar. Lo hicimos en la plaza de
Lavapiés y fue hermosísimo. Participaron un inmigrante, un niño de nueve años,
una vecina… Se creó una especie de familia.
También quieren organizar un “ciclo-teatro”
La idea es apoyarnos en el movimiento ciclista y elaborar
una obra que cada escena se represente en una plaza distinta. Los ciclistas se
desplazaran todos a la vez.
Más allá de estas experiencias en la calle ¿qué papel juega
el teatro en un mundo audiovisual?
La fuerza del teatro es estar aquí y ahora. Es juntar un
colectivo de personas en el mismo sitio. Y hacerlo con la palabra y con el
silencio… Cada vez hay menos espacio donde la gente se reúne físicamente. Por
eso, los movimientos en las plazas han creado una utopía del estar juntos. De
la coralidad.
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