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2 de novembre de 2015
Marcos Ordóñez
Dieciséis actores y quince músicos abordan en clave de
musical 'Mucho ruido para nada', del dramaturgo inglés, a las órdenes de Àngel
Llàcer, en el Teatro Nacional catalán
foto : Una escena de 'Mucho ruido para nada', en el Teatro
Nacional de Cataluña. / DAVID RUANO
Hacía tiempo que no veía el Teatro Nacional de Cataluña
(TNC) tan lleno y tan feliz. Àngel Llàcer, que ya nos había regalado en 2002 un
brillante Sueño de una noche de verano en el Borràs barcelonés, se ha embarcado
esta vez en una arriesgada aventura: montar Mucho ruido para nada en clave de
musical. Y subrayo “en clave de” porque no estamos ante una pieza orgánica,
como Kiss Me Kate o The Boys from Syracuse, sino más cerca de la adaptación
fílmica de Trabajos de amor perdidos (2000), donde Kenneth Branagh esmaltó la
comedia shakesperiana con canciones de Porter, Berlin y Kern. El equipo de Molt
soroll per no res es tan numeroso como entusiasta: 16 actores interpretan la
óptima traducción catalana de Salvador Oliva, bailan las coreografías, ligeras
y eficaces, de Aixa Guerra, y cantan nada menos que 14 canciones (11 de Cole
Porter, 2 de Irving Berlin y 1 de Herb Brown), servidas por una orquesta de 10
músicos, dirigida por Manu Guix, que también firma los arreglos con Bernard
Hernández.
Àngel Llàcer y Marc Artigau han ambientado la trama en un
estudio del Hollywood de los años cincuenta, durante un rodaje comandado por un
director (Llàcer) y una productora, Leonata (Leonato en el original), madre de
la joven Hero; el grupo de fools son los vigilantes del plató. Como la
dramaturgia no brilla por su claridad, conviene saltar algunas vallas: a) Don
Pedro y sus huestes llegan, nos dicen, “de otro rodaje en Europa”, pero
extrañamente vestidos de oficiales y marineros; b) los conflictos parecen
sucederles, de modo aleatorio, a los actores del estudio y a los personajes de
la película: tiene poco sentido, por ejemplo, que la boda sea una ficción, y c)
se diría que Claudio (Marc Pociello) siente mayor proclividad hacia Don Pedro
(Jordi Coll) que hacia Hero.
Hay que aplaudir la escenografía de Sebastià Brosa: la
orquesta está en lo alto; el plató juega (ingeniosa idea) a llenar de vacío el
enorme espacio de la sala grande del TNC, y de la oscuridad brotan, como
apariciones, los preciosos decorados: los camerinos, el despacho de Leonata
(Victòria Pagès) y su hermano Antonio (Oriol Burès), el jardín de un hotel de
Los Ángeles, y la capilla de la boda, todo ello iluminado, en un contraste de
luz y sombra casi de cine negro, por David Bofarull y Albert Faura.
Se trata de una función desigual, pero con tanta alegría
como generosidad, justamente recompensada por los espectadores
Benedicte, el empecinado soltero del relato, es David
Verdaguer, que se convierte en el rey de la fiesta desde que pisa la escena.
Canta (Let’s do it) y baila con soltura, se mete al público en el bolsillo con
sus monólogos, y tiene una gracia controlada, eficacísima, que a mí me hizo
pensar en un joven Tom Selleck. Bea Segura es una Beatrice luminosa pero con
una tendencia innecesaria (lleva micro, como todos) al volumen alto y a los
tonos y gestos subrayados. Felizmente, en la segunda parte desaparecen esos
excesos de composición, afloran los matices y borda, con Verdaguer, la escena
rematada por C’est magnifique.
Albert Triola es un tronchante Don Juan, aquí reconvertido
en villano caricaturesco, casi de dibujo animado, muy bien secundado por Òscar
Muñoz, naturalísimo Borachio. Veo a Aida Oset (Hero) todavía un poco insegura
como actriz, aunque pletórica de encanto y con una voz deliciosa: arranca con
un sensual Let’s do it en versión original (luego elevado a coral himno de
batalla), y el Cheek to Cheek que se marca patinando con Marc Pociello es uno
de los números más justamente aplaudidos del espectáculo, así como (en
solitario) su dolienteÇa c’est l’amour. Pociello es otra voz notable, aunque
para mi gusto le echa demasiada pompa (y azúcar) a Night and Day y Every Time
We Say Goodbye: me gusta mucho más su interpretación de In the Still of the
Night, acompañado por Borachio (Òscar Muñoz) al acordeón.
La veterana Lloll Bertrán vuelve a las tablas con el rol de
la criada Margarida (aquí reconvertida en sastra), con un brioso número de
canto y baile a su medida, y una coreografía, muy cinematográfica, de escalera
en movimiento. En cuanto a los temas corales, no me convenció, ni por letra ni
por interpretación, la versión arrevistada, rozando lo vulgar, del Love for
Sale a cargo de la mitad del elenco femenino (quizás hubiera sido más adecuada
Too Darn Hot): están mejor resueltas What Is This Thing Called Love, que rompe
a cantar Victòria Pagès, y Puttin’on the Ritz, ilustrando la fiesta de
disfraces, con estupendas máscaras (y vestuario) de Miriam Compte, aunque la
escena resulta un poco confusa de puesta: cuesta seguir los juegos de Beatrice
y Benedicte y de Don Pedro y Hero. Hablando de temas corales, el Be a Clown de
El pirata, que contagia a toda la compañía, es un alegre, energético y
adecuadísimo cierre de la primera parte.
En la segunda todo está ceñido y engrasado y va viento en
popa. Abren con un fenomenal Beguin the Beguine cantado por Clara Altarriba
(voz limpia, poderosa), Triola y Muñoz; Verdaguer y Segura, como decía antes,
templan y afinan su química (formidable la escena de la declaración “con foco y
ventilador”) ; Victòria Pagès manda en la parte dramática, cuando la historia
está en un tris de desembocar en tragedia, y relumbran los payasos: el
malapropístico Dogberry/Cirereta (gran trabajo de Bernat Cot) y sus acólitos
Agràs (Albert Mora), Betum (Oriol Burés) y Hug Civada (Enric Cambray), en un
homenaje a los hermanos Marx que galopa a lomos del Good morning de Cantando
bajo la lluvia (aquí vuelve a brillar Clara Altarriba como conejita invitada) y
culmina con un guiño a la célebre escena del camarote. En el rol de director de
la película, Àngel Llàcer se reserva parte del parlamento de Fra Francesc
(Cambray) y ataca las primeras estrofas de Well, Did You Evah!, de Alta
Sociedad, espoleta para el fin de fiesta, con toda la compañía cantando un
remix de los mejores temas del espectáculo que pone en pie al público y deja un
gratísimo sabor de boca. Molt soroll per no res es una función desigual, pero
con tanta alegría como generosidad, justamente recompensada por los
espectadores. Y es que no hay nada como un musical para levantar un teatro.
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