24 d’octubre 2007

Sufre el teatro y sufre el atrio corintio



www.lne.es
15 octubre de 2007

Interior del nuevo teatro de la Universidad Laboral.

JAVIER MORÁN

Una de las explicaciones recibidas por los visitante a la obra finalizada del nuevo coliseo de la Universidad Laboral, la pasada semana, consistió en el razonamiento de los profesionales de la reforma acerca de la eliminación de las lámparas del vestíbulo del coliseo, colocadas allí cuando el arquitecto Luis Moya diseño el teatro que acaba de sufrir su desaparición.

Oscurecían el hall, se dijo. ¡Hombre!, es que las lámparas están pensadas para ser encendidas cuando se necesita luz. Por otra parte, el vestíbulo de un coliseo no es un solárium, ni precisa una iluminación excesiva, aunque antaño, se dice, era muy propio de la burguesía acudir al teatro o a la ópera a lucirse, o a lucir los joyones de la señora, pese a que después se siguiera la representación de cabezada en cabezada.

Por tanto, fuera con las lámparas y arriba con los óculos, que es lo que han instalado en el vestíbulo del teatro. Óculos, ese elemento tan práctico como vulgar, por estandarizado. Es decir, el mismo procedimiento que al sustituir las peculiares butacas del teatro de Moya por otras del montón.
Ahora bien, se podrá hacer o no «casus belli» de la retirada de las referidas lámparas, pero aquí vamos más al fondo. Si en lo pequeño -sustituirlas por óculos- han sido así los razonamientos, ¿cómo lo habrán sido en lo grande?
La verdad es que reflexionando sobre la explicación de las lámparas retiradas, se nos abrieron los ojos. Salgamos del teatro de la Laboral para mostrarlo. Vayamos al atrio corintio, el de acceso al conjunto de Moya. El día de la citada visita, los coloristas butacones allí colocados desde que nació la Ciudad de la Cultura andaban retirados en los laterales. Si los hubieran quitado del todo, no habría pasado nada. Igual que el puesto de souvenirs y las grandes pantallas de televisión allí colgadas. Lo que ya no tiene remedio, salvo mediación de la piqueta, es la cubierta de vidrio que le han colocado al atrio corintio. La cosa no tiene nombre.

Veamos. Estamos hablando de un atrio corintio -así denominado por los capiteles de sus columnas, aunque son compuestos, si no recordamos mal, en el caso de la Laboral-. Un atrio que Moya tomó en su diseño original del planteado por el arquitecto romano Vitrubio (siglo I) en su obra «De Architectura». Propiamente, Moya utiliza los planos que, a partir de Vitrubio, trazó Andrea Palladio en el siglo XVI para un atrio de ese estilo en el convento de la Caridad de Venecia. Nunca se ejecutó este último, de manera que el atrio corintio de la Laboral es el primero edificado en su especie -palladio-vitrubiano-, según narraba Moya, quien apuntaba asimismo que años después se construyó uno de menores dimensiones en el edificio de la Seguridad de Copenhague. Pero no vamos aquí al dato de la unicidad del atrio corintio de la Laboral -que no deja de tener su importancia-, sino al hecho de que se trata de un patio romano, con su peristilo, o con su «compluvium», que, como el nombre indica, es por donde entra la lluvia.

Pero hay más: para Moya, el atrio corintio era el lugar de preparación para que el visitante pasase a continuación a la plaza mayor del conjunto. No era, por tanto, un lugar de estancia, sino de paso, y situado en el marco de un peculiar recorrido que va desvelando la arquitectura de la Laboral.

Pasar por el patio corintio era, para nuestro arquitecto, una introducción a su obra, un estar entrando. Ahora, con su cubierta, sus sillones, sus pantallas y su nuevo portón, es un lugar en el que ya se está. Es una estancia, una permanencia, no un prefacio, no una etapa.

Más cosas se podrían decir de la profunda vulneración del atrio corintio de la Laboral, una muestra más de que algo quizás intangible, pero existente, como es el espíritu del conjunto arquitectónico de Luis Moya, ha sido extrañado o ignorado en la Ciudad de la Cultura. Una perfecta desgracia.

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