30 de gener 2013

Confundir el entusiasmo




publicat per
http://www.lavanguardia.com
25 de gener de 2013
foto : Lluís Homar y Eduard Fernández David Ruano/lavillarroel.cat

Lluís Homar y Eduard Fernández dan vida en La Villarroel a los dos amigos protagonistas de 'Adreça desconeguda', obra de Kathrine Kressmann Taylor escrita en 1938

Lluís Homar y Eduard Fernández dan vida en La Villarroel a los dos amigos protagonistas de Adreça desconeguda, una obra escrita en 1938 por Kathrine Kressmann Taylor.
Homar, que dirige la propuesta, es Martin, un alemán residente en Estados Unidos que vuelve con su familia a su país de origen, y que rápidamente se convierte en un nuevo rico. Max, su gran amigo y socio (interpretado por Eduard Fernández), se queda en San Francisco para gestionar el negocio que tienen juntos.
La pieza es, en realidad, la suma de la correspondencia que intercambian, de 1932 a 1934, y que muestra la transformación de ambos personajes. Martin está muy esperanzado con esa Alemania que le acoge, y que resurge de la gran depresión en la que cayó después de la Primera Guerra Mundial. Un pueblo en plena decadencia se aferra a un nuevo líder, un brillante orador, llamado Adolf Hitler. Max, carta a carta, descubre con enorme preocupación cómo su colega liberal, un hombre lúcido y generoso, va dejándose llevar por el entusiasmo de la masa.
Los primeros veinte minutos de esta versión de Adreça desconeguda pueden llegar a ser algo tediosos. El formato epistolar es muy difícil de defender (sólo lo pueden hacer dos bestias como Homar o Fernández) encima de un escenario conformado únicamente por unas sillas y una alfombra. Además, hay un maniqueísmo, un bueno y un malo demasiado evidentes, que deja poco espacio para los matices y la sorpresa. Los intérpretes se mueven, leen, pero la sensación de rigidez y repetición no desaparece.
Sin embargo, Max, cada vez más angustiado, escribe a Martin para decirle que su hermana Griselle (una actriz que había tenido una aventura con éste) ha ido a Berlín y no puede localizarla. Le devuelven las cartas con la frase “Dirección desconocida”. En el teatro, la identificarán como judía.  En la desesperada huida, acudirá a casa de Martin, en Munich, que no hará nada para salvarla de la barbarie. A partir de ese momento, la obra va en un in crescendo continuado.
Homar está, ya, convertido en ciego paladín de la causa nazi. Fernández, en un perturbado que no acepta la desaparición de la hermana. Pese a que Martin le pide a Max que no le envíe más cartas, éste le escribe textos casi incomprensibles, aparentemente absurdos, en los que parece que el propio Martin sea judío. La censura hace su trabajo e intercepta el correo de Martin, le piden que desvele el código que hay que descifrar en cada párrafo. Está en riesgo (inteligente iluminación de Xavier Albertí, que lo encarcela bajando el foco rectangular), y aquí -sin duda, el mejor momento de la obra- no se acaba de desvelar si lo que hace Max es resultado de su locura, un cúmulo de delirios, o una venganza bien organizada.
El final, aunque esperado, funciona. Lo realmente importante de la propuesta que programa La Villarroel es mostrarnos cómo, en un contexto de depresión, la necesaria esperanza se puede convertir en fe ciega. Interesantes son las réplicas de Martin en las que defiende, como anécdotas, las primeras agresiones a judíos ¿Cómo un país democrático, con una significativa tradición cultural, se convirtió en la cuna de una matanza tolerada? ¿Podría volver a pasarnos?
Hannah Arendt, tal vez una de las pensadoras que mejor reflexionaron sobre el Holocausto, escribía que "el mal no es nunca radical, sólo es extremo, y carece de toda profundidad y de cualquier dimensión demoníaca. Puede crecer desmesuradamente y reducir todo el mundo a escombros precisamente porque se extiende como un hongo por la superficie”. Y es que los mecanismos del populismo son muy veloces, pero no dan frutos de un día para el otro. Martin comienza con dudas sobre el método del nuevo régimen, pero el relato, la épica, ha calado tanto en él, y en su entorno, que también su idea de justicia padece una grave metamorfosis. Están, según sus palabras, construyendo “algo grande” y fijarse en los daños colaterales es no saber mirar más allá. “El patriota cree en la acción, el liberal sólo en la palabra”, argumenta.
En cada excusa, en cada justificación, en cada indulto, se va labrando un castillo de nieve, un terreno de barro, un pantano peligroso. Antes, pero también ahora. Cuando se quiere volver atrás, suele ser demasiado tarde. El monstruo no existe. Somos nosotros.

Encetem temporada, comença l'espectacle!

Amb la celebració de la Festa Major de Manresa,  donem el tret de sortida a la nova temporada del Kursaal.  Us hem preparat una tardor que a...