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18 de març de 2016
La obra maestra de Friel regresa a Barcelona
en el maravilloso montaje 'Dansa d’agost',
de Ferran Utzet. El espectáculo cuenta con un
soberbio reparto
En 1991 mi mujer y yo vimos en Londres Dancing
at Lughnasa, de Brian Friel. A la vuelta le dije a Anna Lizarán: “Hay una
función preciosa que deberíais montar en el Lliure”. Y la montaron dos años más
tarde, dirigida por Pere Planella, con un enorme éxito: Dansa d’agost. Han
pasado 25 años. Estamos en el Teatre de la Biblioteca de Catalunya, la cripta
de Oriol Broggi y La Perla 29. Esta noche, Ferran Utzet y su fantástica
compañía nos traen de nuevo la obra. “Cuando vuelvo la vista hacia aquel verano
de 1936 me vienen a la memoria tantos recuerdos…”. Escucho esa primera frase y
se me saltan las lágrimas. Me pasa con poquísimas obras. Y lloro una y otra vez
durante el espectáculo. Lágrimas de emoción por la belleza y el dolor de las
vidas de las hermanas Mundy.
Como Lewis Carroll, Brian Friel trata de
imaginar la luz de una vela cuando se ha apagado. Michael, el narrador,
rememora el verano de 1936 en la casa de Ballybeg, en el condado de Donegal. Aquel
verano que parecía invencible y en el que todo cambió de repente y para
siempre. Aquel verano compraron la radio, y el padre Jack volvió de Uganda, y
reapareció Gerry Adams, el hombre que bailaba y robaba los corazones, y también
pasaron cosas terribles.
Escucho la primera frase y se me saltan las
lágrimas. Me pasa con poquísimas obras. Y lloro una y otra vez a lo largo del
montaje
Dancing at Lughnasa es para mí la obra maestra
de Brian Friel. Qué bien compuesta y pautada, qué bien observados sus personajes,
y con qué calma y qué sutileza vamos sabiendo todo de ellos. Qué espléndida
mezcla entre peso católico y ligereza pagana: los ritos célticos de la Lughnasa
(la cosecha: viene de Lugh, el dios de la fertilidad) y la alegre brisa de
África. Y la eficacia de su estructura, a la manera de El tiempo y los Conway:
desde el futuro, Michael nos anticipa lo que pasará, lo que pasó. Nada más
terrible y conmovedor que ver en su plenitud a una familia que va a
desmembrarse. Se me saltan las lágrimas porque esas cinco mujeres fuertes,
unidas, luchando para salir de la pobreza, son nuestras madres, nuestras tías,
nuestras abuelas.
Ferran Utzet cierra con Dansa d’agost su
trilogía irlandesa, que empezó en 2011 con The Weir, de Conor McPherson, y
siguió en 2014 con Translations, otra de las piezas capitales de Friel. Utzet,
gran director de nueva hornada, trabaja a la antigua: traduce los textos, elige
sabiamente los repartos y cocina poco a poco los montajes. No es de extrañar,
pues, que los resultados sean estupendos. Sebastià Brosa y Elisenda Pérez han
levantado un espacio sencillo, naturalista: una cocina rural irlandesa de los
años treinta, con jardín frontero. El público se sienta a ambos lados, en
gradas. Albert Triola es Michael, el hijo de Chris, la pequeña de las Mundy. Un
hijo del amor, como dice el tío Jack. Un niño sin padre, arropado por las cinco
hermanas. No es fácil interpretar a un niño. Y Triola lo consigue: tiene en sus
ojos el brillo maravillado de la infancia y la mirada doliente del adulto que
vuelve a la casa derruida. Veo a Michael y a la tía Maggie y pienso en el
pequeño Truman Capote y la tía Sook Faulk de El invitado del día de acción de
gracias. Marta Marco presta a Maggie su fuerza, su alegría. Y viceversa.
Mónica López es Kate, la cabeza de familia. La
maestra en la escuela parroquial. Católica, estricta. Acabará comprendiendo que
hay otros dioses no censados en su santoral, y que un misionero helado de frío
puede ser su emisario. Enorme momento: cuando se aleja hacia el jardín y rompe
a gritar y a bailar. La escena del baile colectivo, liberador y a la vez
tristísimo es una de las grandes escenas.
Chris es Carlota Olcina, una actriz que me
deslumbró en el Panorama desde el puente del TNC, y luego en Oleanna, de Mamet:
hay que verla aquí temblando de amor por Gerry Adams. Gerry es Òscar Muñoz, que
dibuja todas las capas de su personaje. El vagabundo seductor, el hombre que no
puede echar raíces. El cuentista, el charlatán que se alistará, rumbo a
Barcelona, en las Brigadas Internacionales: “Dale a Evans una gran causa y no
te fallará: es en el día a día cuando no tiene éxito”, dice.
Nora Navas es Agnes, la protectora de Rose.
Cada vez que la miraba veía sus ojos que no perdían comba, siempre mostrando
sus sentimientos secretos: otro portento. Màrcia Cisteró es la dulce Rose, la
retrasada Rose. El personaje que más me parte el alma, el más inocente.
Impresionante cuando vuelve de las colinas de Lough Anna y no quiere contar lo
que ha pasado. ¡Y cómo Marta Marco es la primera en darse cuenta, en silencio!
Eso no está en el texto. Ese gran voltaje de tragedia es trabajo del director y
de las actrices. El tío Jack es el formidable Ramon Vila. Le miro y en su Jack
veo a un mago, primero caído, luego recuperando sus antiguos poderes. Veo su rostro,
iluminado, realmente iluminado por los recuerdos de África.
Utzet remata la función con una maravillosa
coreografía que enlaza los mejores recuerdos de Michael, y que John Ford
hubiera admirado. Dice Michael: “Bailan con los ojos entrecerrados porque
abrirlos desharía la magia; bailan como si el secreto más sagrado de la
existencia, todas las esperanzas que en ella depositamos, estuviera en esos
movimientos hipnóticos y silenciosos; como si la música fuera una forma de
hablar, de susurrarse palabras íntimas y sagradas”. Gracias, gracias, gracias.
Palabras íntimas y sagradas
Dansa d’agost, de Brian Friel. Dirección:
Ferran Utzet. Intérpretes: Albert Triola y Mónica López encabezan el reparto.
Teatre de la Biblioteca de Catalunya. Barcelona. Hasta el 1 de mayo.
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