03 d’agost 2017

El festival de mi vida


  
Para mí, es el festival de mi vida, el que me hizo amar el teatro clásico y fijarme en sus autores, una joya muy valorada fuera y siempre mirada con cierto reparo dentro. Todavía mantienen las vibraciones los espacios escénicos después de la exitosa edición cerrada este domingo 30 de julio

Cuarenta años no son nada para un festival que hasta ahora ha sabido mantener el eco de sus creadores dentro de una relación intergeneracional que no deja de enriquecer su contenido.

Cuando todavía los espacios escénicos mantienen las vibraciones después de la exitosa edición cerrada este domingo 30 de julio (en mi caso con el buen sabor de boca de ‘Sueño’ -inspirado en las comedias de Shakespeare-), sorprende que la apuesta que a finales de los 70 hizo un grupo de amantes de las artes escénicas desde dentro de la oficialidad por un teatro barroco de gran esplendor se haya mantenido con brillantez por parte de los creadores consolidados pero sobre todo por los jóvenes talentos de la escena española e internacional.

Fue una semilla muy bien germinada porque si los próceres vieron la oportunidad de aprovechar el potencial de un pueblo manchego que albergaba el único corral de comedias del siglo XVII (¿qué hubiera pasado si hubiese estado en Stratford?), también supieron atraer a las figuras más ‘exóticas’ del momento como Adolfo Marsillach.

La esencia de debatir sobre la llamada comedia nueva de los siglos XVI y XVII desarrollada en España, a través de una magnífica literatura con referentes greco-latinos, con influencias de la italiana comedia del arte, de los grandes teatros nacionales europeos, que combatían las afrentas con capa y espada, que introducía la música coral, que reflejaba los grandes frentes políticos y militares, sin olvidar los asuntos de amor, a veces desde una moral incómoda, tuvo una perspectiva amplia, preparada para acoger sin estridencias futuras visiones escénicas, con riesgo y transversalidad. Soñaron en grande.

También atisbaron la necesidad de dar participación a compañías extranjeras para enriquecer las carteleras de un Festival de Teatro Clásico que nació único y se ha consolidado como tal, con Rafael Pérez Sierra como nombre propio.

Fue el iniciador de las jornadas que reunían desde 1978 a filólogos, estudiosos teatrales, directores y críticos (estuvieron nombres como Fernando Fernán Gómez, José Hierro, Agustín García Calvo, Francisco Nieva, o Luciano García Lorenzo), y que junto a los primeros espectáculos en el Corral conformaron por derecho propio el evento en forma de festival.

Pérez Sierra presume de haber tenido la idea y defiende la dirección pública del certamen desde “dentro de la administración” al ser un evento subvencionado desde sus inicios.

José Manuel Garrido es otro de los nombres claves en el crecimiento, nutrición y lucidez de la actual madurez del ciclo almagreño, pues como director general de Teatro y Música, director y creador del Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música, e impulsor de la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) a mediados de los 80, logró enriquecer las bases de un evento cultural que nunca iba a parar de crecer.

Otro puntal de los distintos de gobiernos de finales del siglo XX fue la ubicación en la ciudad almagreña del Museo del Teatro, un centro que guarda el legado patrimonial de distintas generaciones de dramaturgos y de las más relevantes sagas de intérpretes españolas, además de otros llamativos materiales gráficos y escenográficos.

Hay que sentirse orgulloso del Festival de Teatro Clásico de Almagro, yo al menos lo estoy, el único del mundo centrado en la literatura barroca, que se ha convertido en polo de atracción de compañías de distintos puntos del planeta.

Es satisfactorio ver cómo, año tras año, los textos de Lope de Vega, Tirso de Molina, Calderón de la Barca, Shakespeare, Corneille, Molière o Racine van y vienen de un escenario a otro con distintas estéticas y tecnologías, y conmueven, cuestionan, remueven, emocionan, enfurecen, avivan, estimulan o excitan mentes y cuerpos.

Es una de las mejores reservas intelectuales y culturales de España que debemos valorar en su término y más allá.

Para mí, es el festival de mi vida, el que me hizo amar el teatro clásico y fijarme en sus autores, una joya muy valorada fuera y siempre mirada con cierto reparo dentro.

La actual directora del ciclo, Natalia Menéndez insiste en tomar conciencia de la proyección del certamen, como así ha sido reconocido recientemente con el Premio Max a la Contribución a las Artes Escénicas 2017, en una gala en la que la directora reflexionó sobre este alcance.

“Cuando recorremos los bellos espacios de Almagro y vemos y oímos al público entregado con las maravillosas compañías nacionales e internacionales, puede que alguien se pregunte que cómo puede ser que toda esta magia que este aquí”, reflexionó. Pues eso.

Publicat per
Julia Yébenes

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