Para mí, es el festival de mi vida, el que me
hizo amar el teatro clásico y fijarme en sus autores, una joya muy valorada
fuera y siempre mirada con cierto reparo dentro. Todavía mantienen las
vibraciones los espacios escénicos después de la exitosa edición cerrada este
domingo 30 de julio
Cuarenta años no son nada para un festival que
hasta ahora ha sabido mantener el eco de sus creadores dentro de una relación
intergeneracional que no deja de enriquecer su contenido.
Cuando todavía los espacios escénicos
mantienen las vibraciones después de la exitosa edición cerrada este domingo 30
de julio (en mi caso con el buen sabor de boca de ‘Sueño’ -inspirado en las
comedias de Shakespeare-), sorprende que la apuesta que a finales de los 70
hizo un grupo de amantes de las artes escénicas desde dentro de la oficialidad
por un teatro barroco de gran esplendor se haya mantenido con brillantez por
parte de los creadores consolidados pero sobre todo por los jóvenes talentos de
la escena española e internacional.
Fue una semilla muy bien germinada porque si
los próceres vieron la oportunidad de aprovechar el potencial de un pueblo
manchego que albergaba el único corral de comedias del siglo XVII (¿qué hubiera
pasado si hubiese estado en Stratford?), también supieron atraer a las figuras
más ‘exóticas’ del momento como Adolfo Marsillach.
La esencia de debatir sobre la llamada comedia
nueva de los siglos XVI y XVII desarrollada en España, a través de una magnífica
literatura con referentes greco-latinos, con influencias de la italiana comedia
del arte, de los grandes teatros nacionales europeos, que combatían las
afrentas con capa y espada, que introducía la música coral, que reflejaba los
grandes frentes políticos y militares, sin olvidar los asuntos de amor, a veces
desde una moral incómoda, tuvo una perspectiva amplia, preparada para acoger
sin estridencias futuras visiones escénicas, con riesgo y transversalidad.
Soñaron en grande.
También atisbaron la necesidad de dar
participación a compañías extranjeras para enriquecer las carteleras de un
Festival de Teatro Clásico que nació único y se ha consolidado como tal, con
Rafael Pérez Sierra como nombre propio.
Fue el iniciador de las jornadas que reunían
desde 1978 a filólogos, estudiosos teatrales, directores y críticos (estuvieron
nombres como Fernando Fernán Gómez, José Hierro, Agustín García Calvo,
Francisco Nieva, o Luciano García Lorenzo), y que junto a los primeros
espectáculos en el Corral conformaron por derecho propio el evento en forma de
festival.
Pérez Sierra presume de haber tenido la idea y
defiende la dirección pública del certamen desde “dentro de la administración”
al ser un evento subvencionado desde sus inicios.
José Manuel Garrido es otro de los nombres
claves en el crecimiento, nutrición y lucidez de la actual madurez del ciclo
almagreño, pues como director general de Teatro y Música, director y creador
del Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música, e impulsor de la
Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) a mediados de los 80, logró
enriquecer las bases de un evento cultural que nunca iba a parar de crecer.
Otro puntal de los distintos de gobiernos de
finales del siglo XX fue la ubicación en la ciudad almagreña del Museo del
Teatro, un centro que guarda el legado patrimonial de distintas generaciones de
dramaturgos y de las más relevantes sagas de intérpretes españolas, además de
otros llamativos materiales gráficos y escenográficos.
Hay que sentirse orgulloso del Festival de
Teatro Clásico de Almagro, yo al menos lo estoy, el único del mundo centrado en
la literatura barroca, que se ha convertido en polo de atracción de compañías
de distintos puntos del planeta.
Es satisfactorio ver cómo, año tras año, los
textos de Lope de Vega, Tirso de Molina, Calderón de la Barca, Shakespeare,
Corneille, Molière o Racine van y vienen de un escenario a otro con distintas
estéticas y tecnologías, y conmueven, cuestionan, remueven, emocionan,
enfurecen, avivan, estimulan o excitan mentes y cuerpos.
Es una de las mejores reservas intelectuales y
culturales de España que debemos valorar en su término y más allá.
Para mí, es el festival de mi vida, el que me
hizo amar el teatro clásico y fijarme en sus autores, una joya muy valorada
fuera y siempre mirada con cierto reparo dentro.
La actual directora del ciclo, Natalia
Menéndez insiste en tomar conciencia de la proyección del certamen, como así ha
sido reconocido recientemente con el Premio Max a la Contribución a las Artes
Escénicas 2017, en una gala en la que la directora reflexionó sobre este
alcance.
“Cuando recorremos los bellos espacios de
Almagro y vemos y oímos al público entregado con las maravillosas compañías
nacionales e internacionales, puede que alguien se pregunte que cómo puede ser
que toda esta magia que este aquí”, reflexionó. Pues eso.
Publicat per
Julia Yébenes
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