23 de gener 2006

'Copito', ¡ay!, nunca nos quiso

la vanguardia
23 gener 2006

JOAN-ANTON BENACH
Con la fanfarria necrófila que montamos en torno a la agonía y muerte de Copito de Nieve seguramente podría escribirse uno de los capítulos más cruelmente grotescos de un muy fecundo Catalonia show. Pero el madrileño Juan Mayorga (1965), que además de buen autor de teatro es una buena persona, no nos lo tiene en cuenta y se conforma con burlarse sin demasiada saña de la manía que hubo de comparar al mono albino catalán con Chu Lin, el oso panda de Madrid. Eso hace Mayorga, para pasar, acto seguido, a ironizar esplendorosamente sobre los últimos días de Copito, cuando éste no duda en exhibir su conquista milagrosa del don de la palabra humana. Puesto que tantas maravillas se le adjudicaron al curioso animal, ¿por qué no suponer que pudo haberse beneficiado de este prodigio, venciendo el último eslabón que le separaba de cuantos se embobaron con sus monerías, superando incluso el coeficiente intelectual de la inmensa mayoría de ellos? Últimas palabras de 'Copito de Nieve' recrea esta idea, y la nueva obra del autor de Animales nocturnos (S. Beckett, 2005) nos muestra al famoso simio convertido en lector de Sócrates y de Kirkegaard; en un personaje a quien le gusta filosofar y que se ha convertido en especialista de Montaigne porque para Montaigne "filosofar es aprender a morir" y él se está muriendo. Puestos a jugar, Copito podía ser todo el mono sabio que quisiera, clamar contra las erratas de imprenta o demostrar que supo aprenderse de memoria las trece razones que el gran ensayista francés halló para no temer la hora del tránsito definitivo. Hablando, en cambio, de los humanos que hacían cola para admirar sus cualidades y, al final, para compadecerle, el texto tenía una barrera muy próxima en aquel Informe para una academia de Kafka, que debía soslayarse para no caer en un discurso demasiado similar. Conocedor, sin duda, del mono parlanchín kafkiano, Mayorga no evita esa barrera sino que se la salta con alegre campechanería. Sin complejos. Mientras que el protagonista de Kafka trata de impresionar a una asamblea científica con sus progresos humanos y se avergüenza de los rasgos simiescos que delatan su pasado o esconde los cacahuetes en su cartera de mano, el Copito de Juan Mayorga se enorgullece de que sus portentosas aptitudes se alberguen en una fisonomía estrictamente bestial, está satisfecho de su profesionalidad, de haber engatusado a sus admiradores con hábitos rudos que ya no le apetecen y, sobre todo, de haber ocultado una termenda verdad, a saber, que nunca ha querido a sus visitantes y untuosos aduladores. Nunca. Es, pues, exactamente, el reverso del personaje de Kafka. Meterse en la compleja idiosincrasia de esa criatura ha sido el gran mérito de Pedro Casablanc, actor multipremiado, que se mueve con absoluta autoridad por una escala de registros que va de la elegancia doctoral al silvestre y rugiente alarido. El trabajo de Casablanc es el gran aliciente del espectáculo magníficamente dirigido por Andrés Lima -el jefe del grupo Animalario- en la jaula escenario montada en La Paloma. Y no el único: Tomás Pozzi, como el mono negro, y Gonzalo de Castro, en el ingrato papel del guardián, son un acompañamiento de lujo del protagonista. Pozzi con una gestualidad simiesca impecable, y De Castro acarreando con mucha convicción la personalidad de un funcionario, tan diligente como infeliz, humillado por la inteligencia de Copito. Un trío magnífico para un magnífico espectáculo. Les aseguro que vale la pena.

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