27 de desembre 2007

Entre la cárcel y el teatro

www.abc.es
16 desembre 2007

POR LETICIA TOSCANO
MADRID.

Pocas personas pueden decir que han visto la vida desde detrás de los barrotes de una celda y desde un escenario. No son muchos los que han vivido la frialdad de la cárcel y el calor de un aplauso. Raúl Alfonso es uno de ellos. Actor, dramaturgo y director de teatro afamado en su Cuba natal, actualmente está preso en la cárcel de Soto del Real por «coquetear con los bajos fondos del mundo» y no saber salir a tiempo. Sin embargo, la falta de libertad no le ha alejado de su pasión, el teatro, y cada mes, aprovechando sus permisos penitenciarios, representa en la madrileña Sala Janagah, en el barrio del Pilar, una adaptación de la obra «La pasión según el verdugo», del premio Nobel sueco Pär Lagerkvist.
«Seguí con el teatro para no morirme, para no perder el contacto con mi vida», explica Raúl, quien desde que entró en prisión, hace casi cinco años, se puso en contacto con un grupo artístico que coordinaba otro preso, Edgar Cañón, quien le permitió hacer «un papelito» en la obra que estaba dirigiendo: «Farsa y justicia del Señor Corregidor», de Alejandro Casona. A partir de ese momento, Raúl Alfonso combatió la «atrocidad» de la cárcel con la ilusión del teatro y, con el tiempo, se hizo cargo él del grupo.
Una metáfora de su vida
Desde su punto de vista, la obra que comparte con los madrileños es, en cierto modo, una metáfora de su vida. «La pasión según el verdugo» narra la historia de la Pasión de Cristo vista por su verdugo. Muestra el descenso a los infiernos de este personaje que no comprende por qué tuvo que asesinar a Cristo y decide ir a ver a Dios para que se lo explique. «El viaje que emprende es como el mío: solo, culpable, con una necesidad muy grande y lleno de preguntas sobre mí, sobre mi vida, mis circunstancias, el origen del mal», explica el protagonista, que reconoce que a menudo se plantea «qué puede llevar a un ser a convertirse en un monstruo, en un demonio», como le ocurrió a el.
De hecho, Raúl Alfonso no se considera un delincuente y explica que el delito, en su caso relacionado con las drogas, es sólo un hecho anecdótico, comparado con las circunstancias que lo llevaron a cometerlo: «Hay un punto en el que no puedes parar, por compromisos, presiones, amenazas, riesgo de tu vida y la de tu familia... Entonces tomas decisiones salvajes e irresponsables que no sabes dónde te van a llevar», declara el actor.
Cuando llegó a la Península, pasó del aeropuerto directamente hasta el centro penitenciario y no conoció más España que la que veía a través de las ventanas de la cárcel hasta el año 2006, cuando le concedieron su primer permiso. En aquella ocasión fue a visitar el Museo del Prado y disfrutó de Madrid como «la ciudad cultural que es».
Su experiencia en la cárcel la define como el «ansia constante de algo». Según cuenta, «siempre sientes que te falta algo, hay soledad, te vuelves sutil, subrepticio, te llenas de fantasmas, de angustias y todo se vuelve trascendente». No obstante, considera que en la prisión descubrió una forma diferente de relacionarse con el teatro. La gente que participa en las representaciones «está desesperada, tiene ansias de expandirse, necesita alcanzar la libertad, pero no la de la calle, sino la libertad del espíritu», y las obras les ayudan. Aunque su experiencia con los «actores» ha sido muy positiva, Raúl Alfonso es realista y sabe que «no se puede sublimar el horror». «En la cárcel todo es triste porque somos personas tristes», aclara.
Una pesadilla
Ahora actúa en la sala Janagah, un espacio que considera que, al igual que su propia vida, está entre la realidad y el sueño. Muy analítico con su situación, reconoce que ha vivido los últimos años como una pesadilla de la que, desgraciadamente, no ha despertado. «Es como si hubiera muerto y regresado a la vida. Me siento como si hubiera hecho un viaje muy largo a un lugar insospechado, desconocido, congelado, y hubiera regresado».
Todavía le quedan cuatro años de cárcel y aunque reconoce que la prisión ha sembrado en él «buenas porciones de muerte», no olvida que su pasión son las artes, y estas serán su tabla de salvación cuando alcance la libertad. «El teatro me ha regalado al teatro, y eso es mi vida», sentencia minutos antes de enfrentarse a un público que, a pesar de todo lo vivido, sigue logrando emocionarle.

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