publicat per
Alberto Ojeda
4 de setembre de 2015
foto : La compañía Atalaya suma ya 33 años de andadura.
Foto: Félix Vázquez
Insólita es la frenética actividad de Atalaya, compañía
estable en una época en que esos términos (compañía y estable) lo tienen muy
difícil para caminar juntos. Con la formación sevillana, sin embargo, lo llevan
haciendo 33 años. Una andadura que se embala en los últimos meses, en los que
han ensartado cuatro teatros públicos y cuatro textos clásicos, defendidos
todos con el mismo equipo. En julio estuvieron con su Marat/Sade en el Lliure.
En mayo cerraron la temporada de la CNTC en el Pavón con La Celestina. Y ahora,
antes de asentarse en el María Guerrero con Así que pasen cinco años
(desvelarán su nueva versión de la pieza lorquiana el próximo abril), llegan a
las Naves del Español con la Madre coraje de Bertold Brecht, que estrenan este
jueves (9). Como para frotarse los ojos.
El autor alemán es un icono para Ricardo Iniesta, director y
fundador de Atalaya, que a mediados de los 80 se formó en el Berlín Ensemble,
junto a algunos estrechos colaboradores de Brecht. Aprendió de las fuentes
primigenias el sentido de sus técnicas rupturistas. Como la del
distanciamiento. "Brecht la aplica en realidad a los actores, no a los
espectadores. Los intérpretes no deben emocionarse sino generar emociones. No
le interesaban nada esas interpretaciones psicologicistas en las que el actor
vivifica su propia experiencia", explica Iniesta a El Cultural.
Brecht, añade, sí pretendía impactar con su dramaturgia en
el público. De lo que huía era de la identificación a título personal de éste
con los personajes para que prevaleciese la combusitón colectiva. Iniesta le
toma la palabra hasta las últimas consecuencias en esta adaptación de Madre
coraje. Anula radicalmente la distancia entre platea y escenario al colocar un
puñado de butacas sobre las tablas. "La gente siente en su propia carne la
tensión de un conflicto bélico. Es como si fueran corresponsales en el
infierno". Ese infierno es el de la Guerra de los Treinta Años que
desangró Europa en la primera mitad del siglo XVII, enfrentando a católicos y
protestantes.
Por ese territorio devastado deambula, arrastrando a sus
hijos y su carreta, Anna Fierling (encarnada por Carmen Gallardo), una
vendedora de baratijas a la busca constante de unas pocas monedas con las que
alimentar a su prole. Lucrarse de la violencia en su caso tiene una
justificación moral sólida. Iniesta pone el acento en este detalle para
apartarse de otros directores que la han perfilado con ángulos más sombríos.
Hasta cierto punto, la salva y la concibe como una víctima de un contexto
envenenado. El que el propio Brecht formuló con su célebre sentencia: "La
guerra es la continuación de los negocios por otros medios".
@albertoojeda77
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