29 d’agost 2008

El teatro, un arte en minoría


www.laverdad.es
17 agost de 2008

CÉSAR OLIVA

Decía, días atrás, que la crisis económica aparecida este año venía a incidir en la crisis de las artes de la representación. Aludía entonces a los cambios experimentados en el siglo XXI en el cine y en la televisión, y dejaba para hoy los relativos al teatro, arte que, digámoslo sin ambages, apenas si significa algo para la ciudadanía en este principios de siglo. Hace apenas treinta años sí que incidía en la vida pública del país. Hace cien, todavía más: era capaz de retrasar sesiones de las Cortes. ¿Qué ha sucedido en los últimos años para este paulatino declive?

Tres argumentos aparecen como fundamentales a la hora de medir tal mudanza: la educación de la gente, las competencias entre las artes de la representación, y la entidad del teatro como arte minoritario. Empecemos por estos últimos, ya que el tema de la educación merece capítulo aparte. Hemos gastado un montón de energía durante las últimas décadas en decir que el cine era el peor rival del teatro, la televisión del cine, los grandes acontecimientos deportivos del cine y del teatro, sin reparar en que hubiera sido mucho más sensato redefinir la personalidad de cada una de estas actividades. Una vez advertido el problema, ¿para qué insistir en que la masa prefiere ver un partido a las diez de la noche en vez de ir a una obra de Ibsen? Eso es así, y en paz. Pero, ¿todos? Aquí pasamos a otra de las cuestiones planteadas. Casi todos prefieren ver el fútbol en la tele, pero no todos. Es decir, hay una minoría que, al mismo tiempo que España ganaba a Alemania en un acontecimiento social, fueron a ver teatro en una plaza de Cáceres, en una sala de Logroño, o en diversos espacios del Festival de Almagro. Claro que no eran dieciséis millones de televidentes, pero ¿acaso han ido al teatro de una vez un millón de personas, o medio, o cien mil siquiera?

Las competencias entre esos medios han desembocado en la victoria de la televisión y sus componentes subsidiarios: juegos interactivos, MPEG 3, MPEG 4, etc. etc., relegando a las minorías al teatro y, ya en buena medida, al cine. El cine venció en un momento dado al teatro, gracias a su facilidad de transporte, espectacularidad de sus escenas y baratura de sus localidades. Pero también el cine sucumbió ante la televisión, por la enorme versatilidad de ésta, que ha llegado a extremos sorprendentes. Sin embargo, cuando hablamos de televisión, no nos referimos ya a programas dramáticos o aquéllos que necesitaba del actor para su elaboración; en el momento en el que aparece un actor, un guión dramático y un procedimiento de elaboración que recuerde al cine o al teatro, el programa se suele emitir en horario intespectivo, si es que se programa. Los gustos han sufrido tales cambios que hasta las carreras de coches (actividad reservada a una selecta minoría) han pasado a ser seguidas por personas que jamás lo hubieran imaginado. Aquí tenemos un ejemplo de cómo un espectáculo pasa de minoritario a mayoritario por efecto de los nuevos tiempos.

Pero estábamos hablando de que el viejo arte de la escena ha de resignarse a ser entretenimiento de minorías, sin sonrojo alguno, sin humillaciones, sin prejuicios. Las cosas son como son y en paz. Por otro lado, no debemos de olvidar que los mayores éxitos de la historia de la escena jamás alcanzaron cifras como las que se manejan en los nuevos tiempos. Estamos ante un arte de minorías que, ocasionalmente, se convierte (o se convertía) en un fenómeno de masas, pero de masas minúsculas, si lo comparamos con las que se meten en un partido de fútbol o en un concierto de viejo roquero.

Un arte de minorías. Ese arte de minorías que siempre fue. Cuando Ortega publicó La deshumanización del arte (1925) necesitaba definir las minorías como público que gusta de unas vanguardias no aptas para todos. No es exactamente lo que pasa ahora, ochenta años después. Lo que pasa ahora es que, una vez que las vanguardias han sido relegadas al olvido más absoluto, el teatro ha ocupado su reducido espacio de minorías.

El final del siglo XX se caracterizó por la irrupción de los espectáculos de masas, incluidos los deportivos, los cuáles, mediante la televisión, se han puesto al alcance de todos, es decir, de las mayorías. También algunos grandes festivales europeos se atreven a hacer grandes cifras con una Orestiada o un ostentoso Fausto, pero, no lo dudemos, a cambio de algo tan importante como la intimidad, la cercanía que muestra el arte escénico. Hoy día, por ejemplo, es absolutamente normal ver a Macbeth con un inalámbrico pegado al rostro, lo que desvirtúa absolutamente el concepto de caracterización del personaje. Por más que se explique que es para que el público lo oiga mejor, nadie puede evitar que se adultere el concepto de drama. Y no sólo eso. Demuestra que el teatro necesita la distancia corta. Los teatros románticos, algunos con más de mil localidades, estaban pensados para que a los actores se los oyera hasta en la última fila del paraíso.

El teatro es hoy cosa para pocos, por mucho que nos guste que todos (funcionarios, profesionales liberales, profesores, tenderos, dependientes, deportistas ) fueran a ver comedias como la cosa más normal del mundo. Ya vemos que no. Normalmente van (vamos) los de siempre: una minoría.

Encetem temporada, comença l'espectacle!

Amb la celebració de la Festa Major de Manresa,  donem el tret de sortida a la nova temporada del Kursaal.  Us hem preparat una tardor que a...