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14 de març de 2006
La oferta teatral barcelonesa es tan equilibrada como la dieta mediterránea: un vistazo por encima nos muestra tanta comedia como drama y tanto musical como requiere la tradición. A la variedad se le une la presencia de sus «clásicos» y entre la peculiaridad de su oferta se observa la curiosa convivencia de Shakespeare con Woody Allen
SERGI DORIA
BARCELONA.
¿La oferta teatral barcelonesa es desequilibrada?
Si tomamos como muestra una docena de salas veremos que la comedia y el drama se exhiben en una proporción del cincuenta por ciento. El teatro musical, que tantos réditos dio a la escena catalana en los años ochenta y noventa, vive todavía de esas rentas... y del cambio generacional.Así, Dagoll Dagom repescó con éxito «Mar i cel» y ahora lo hace con «El Mikado» de Gilbert y Sullivan. Hay cambios en el reparto actoral y también en la sala de butacas, con jóvenes que descubren el buenhacer de Juan Lluís Bozzo; para quienes han seguido la trayectoria de la compañía desde «Antaviana», revisar esos espectáculos puede provocar un «glups» de nostalgia o de reiteración.
En el mismo apartado podríamos situar al Tricicle, el trío silente y onomatopéyico retorna al Victoria para sentarse cómodamente sobre «Sit», uno de sus montajes más completos de su dramaturgia gestual.Otras compañías que han escrito la historia reciente del teatro comercial catalán mantienen el tipo, pero sin tanto lustre como los Dagoll Dagom o los tricicleros. Nos referimos a La Cubana. Su «Mamá quiero ser famoso» puede agradar al público, pero tampoco es para tirar cohetes.
Los tiempos gloriosos de «Cómeme el coco negro», «Cegada de amor» y las televisivas Teresines difícilmente se repetirán: tal vez, la fórmula «cubana» ha sido superada por los programas rosa televisivos «grandes hermanos», casas y cocinas infernales habitados por «freaquis» que hacen del montaje de La Cubana un «dejà vu».Otra compañía que consigue el aprobado, pero tampoco sin grandes efusiones es Comediants. Su adaptación de las «1001 nits» parte del encomiable propósito de denunciar el «bibliocidio» de la guerra de Irak, pero la traslación de las fantasías orientales al escenario del Tívoli no tiene la exuberancia de otras veces, pese a la efectiva escenografía de Frederic Amat, la sensual narradora Txe Arana y las atmósferas melódicas del kurdo Gani Mirzo con su laud.
Comedia
El capítulo de la comedia está bien surtido con el incombustible Jordi Galceran y «El método Grönholm» y la eficacia vodevilesca de los «Mentiders» de Anthony Neilson que ha dirigido en versión catalana Abel Folk.A esos montajes hay que añadir dos «one-man-show», encarnadas respectivamente por Rubianes y Karra Elejalde y el indigesto «Misteriós assassinat a Manhattan» que ilustra los amores que matan: en este caso la admiración de Elisenda Roca por Woody Allen. Esta comedia, que se representó como relleno en el Tívoli, mientras llegaban las «noches» de Comediants, vuelve a cumplir esa función y alarga su incierta andadura, al llenar el hueco que dejó en el Condal por razones de todos conocidas la pareja Morán-Pera y que no alcanzó a tampoco a llenar del todo el «Paradís» musical de Àngels Gonyalons y Pep Anton Muñoz.Pero hablemos de los clásicos.
El capítulo de frustraciones se abre con el Cervantes que Boadella relee «En un lugar de Manhattan». La poca afluencia de público al Lliure se ha atribuido a la posición crítica del director hacia el nacionalismo. El compromiso de Boadella resulta por otro lado difícilmente asumible por un sector teatral demasiado «cautivo» o «cautivado» por la subvención pública y los culebrones y telefilmes de TV3.Por razones muy diferentes, falla también la adaptación de Xicu Masó del shakesperiano «Al vostre gust».
No sabemos si la escenografía que no cuadró en el último Grec funcionará en el escenario el Romea, pero los «handicaps» no acaban ahí: la representación resulta excesivamente prolija y su ubicación en la posguerra, un tanto forzada. En el TNC, dos clásicos del siglo XX.
El primero, el Puig i Ferreter ibseniano de «Aigües encantades» recuperado del olvido por Ramòn Simó y que merece una lectura actual, más allá del anticlericalismo; el segundo, el Miller genuino y proteico de «Panorama des del pont» que dirige Rafael Duran con un Toni Sevilla que borda el estibador Eddi Carbone. Y desde el puente -de Marina- este panorama teatral barcelonés.
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