29 de març 2008

Si yo fuera Azdak

www.elpais.es
22 de març de 2008

Marcos Ordóñez
Anàlisis: Puro teatro

El juez Azdak, en El círculo de tiza caucasiano, es un grandioso personaje al que es difícil encontrar el rastro. Sin él la obra de Brecht no saldría de la monotonía de su primera parte. Oriol Broggi dirige este montaje para el TNC

Van a asistir ustedes al making of de una crítica en riguroso directo. Empiezo por un ayer retórico y en seguida paso al presente. Ayer vi El círculo de tiza caucasiano, de Brecht, dirigida por Oriol Broggi, en el TNC. No recordaba que fuese tan aburrida, pero aparquemos eso de momento. Primera parte narcoléptica, subidón en la segunda. Porque en la segunda sale el juez Azdak, un personaje de aúpa. Mitad Schweyk, mitad Galileo, mitad Falstaff. El pajarraco me trae una pregunta en el pico: ¿fue Azdak una ocurrencia tardía de Brecht? O sea: ¿por qué se reserva ese rey de oros para la segunda parte, por el amor de Dios? Son las siete de la mañana. Desayuno. Releo la obra. Lo mejor de las tramas de Brecht es que nunca sabes por dónde tirarán. Por la naturaleza misma de la bestia, y porque escribía y reescribía. Hay dos partes muy distintas que confluyen: la ordalía de Grusha y el aguafuerte de Azdak. Lucha entre señores feudales rusos, revuelta, matanza. La criada Grusha se hace cargo del bebé de su ama. Huye con él, acosada por tirios y troyanos. Se casa con un anciano falsamente moribundo para que el crío tenga leche, pero sigue esperando el retorno del hombre de su vida, que está guerreando. En la segunda parte aparece Azdak, el rey de la función. Un escribiente borracho, elevado a juez por carambola. Un Roy Bean georgiano. Pícaro, libertario, cobarde, marrullero. No tiene moralidad, sino sentido común. Siempre cobra por los juicios, aunque va en contra de quienes más pagan. Es tan imprevisible como el propio Brecht. Azdak juzgará, entre otras causas, la disputa entre Natela, la madre biológica, que ha reaparecido sana y salva, y Grusha, la madre adoptiva o "social". La primera abandonó al crío, la segunda le cuidó, le alimentó, le educó, y se jugó el tipo por él.

Con Anna Lizarán entra la vida en ese escenario tan mono y tan sordo. La verdadera vida. La segunda parte es un verdadero festival Lizarán
Son las diez. He acabado la relectura. De nuevo la pregunta: ¿por qué no empieza con Azdak y se mete al público en el bolsillo? Intento rastrear el proceso de composición. Pausa, ahora vuelvo. Ya estoy aquí. Las doce, se me ha ido media mañana. He buceado en varias biografías: Esslin, Klaus Volker, Frederic Ewen. Sin éxito. Sólo sé que BB empezó a escribirla en su exilio danés, en 1938. La retomó en 1940 (exilio sueco) y la completó y estrenó en Estados Unidos, en 1944. Ni una mención a la génesis de Azdak. Ni siquiera dicen quién la interpretó. Ella sí, ella era Louise Rainer, casada entonces con Clifford Odets. La primera Grusha que vi fue María Fernanda d'Ocón, en el montaje de Alonso. Azdak era el enorme Bódalo. Octubre de 1974, en el Español de Barcelona. Yo era un mocete pero perdura el recuerdo de espectaculazo, de fuerza, de poderío. El siguiente recuerdo es más próximo, aunque tampoco tanto: abril de 1997. Once años hace, a lo tonto. Un montaje de Théâtre de Complicité, en el Olivier. Grusha era Juliet Stevenson y el propio Simon McBurney, director de la compañía, interpretaba a un Azdak con gafas brechtianas. Reviso mis notas de entonces. Muy largo: "Tres horas y media". Pero no aparecen por ningún lado palabras como "tostón" o "fatiga gorda". Esto me recuerda que hemos de volver ya al montaje de Broggi. ¿Será posible que sólo dure dos horas cuarenta y cinco, con intermedio? ¿No se me ha parado el reloj?

La traducción de Feliu Formosa, espléndida. Bueno, lo que alcancé a oír. Y estaba en la fila cinco. Y los actores llevaban micros. A algunos se les entendía -Marta Marco (Grusha), Óscar Muñoz (Simon), Marissa Josa, Màrcia Cisteró (no enumero, porque hacen un montón de personajes)- pero predominaba el griterío y el farfulleo. ¿Razones? Se me ocurre una. Broggi le ha encargado la escenografía a Jean-Guy Lecat, el mago de los espacios vacíos. Y el mago ha tenido una idea harto peregrina. ¿Que la sala grande del Nacional tiene problemas de acústica? Pues duplicamos el escenario, hombre. Ábranme ustedes la cosa hasta el fondo, hasta la puerta de entrada de decorados. Ya pondremos unas telitas por aquí y por allá. Algunas de las telitas permiten efectos estupendos, no digo que no: la guerra quintaesenciada en sombras de estandartes sobre una gasa roja. Y hay arena. Y marionetas. Y unas máscaras. Y canciones, me olvidaba de las canciones de Paul Dessau. Quitando un par, el resto te cuentan lo que acabas de ver o lo que verás acto seguido. El cantante se llama Víctor Estévez y lo canta todo igual. Cuando la banda no le tapa, percibimos el inconfundible modelo "balada de rock catalán": voz de monaguillo que monta un Vespino y finge conducir una Harley. Llegamos al intermedio muy identificados con Grusha. O sea, con aspecto de haber cruzado medio Cáucaso con un crío al hombro. Si yo fuera Azdak, ese salomónico canalla, en vez de ser un caballero español, les diría: "Dividan en dos a esta criatura.

Ahórrense la letargia y sáltense tan guapamente la primera parte. Si se le ha escapado a Oriol Broggi, bien pueden dejarla escapar ustedes". Ya le han oído, así es el pájaro. Y la pájara que lo encarna es de altos vuelos: la descomunal Anna Lizarán. Hace tiempo que se soltó el pelo: justo ahí al lado, en Escenas de una ejecución. La actriz se pasa veinte pueblos, remasca las palabras, subraya los gestos, es excesiva. Como Azdak, claro. Pero con ella entra la vida en ese escenario tan mono y tan sordo. La verdadera vida, caótica, turbulenta. La segunda parte es un verdadero festival Lizarán. Al señor Brecht, que quería a Ethel Merman como protagonista de Madre Coraje, le habría encantado. También hay que decir que esa segunda parte ofrece un soberbio mano a mano con Marta Marco. Ahí sí que la vemos, y la oímos, y sentimos la fuerza de Grusha, en la escena del juicio. Cuando le canta la caña a Azdak. Escena antológica, pura emoción. Toda la intensidad que se esfumó antes, como el sonido, por los laterales. Por cierto, anticipo: hay emoción y talento y mucha risa y fenomenal juego de actores y actrices en Germanes, lo último de Carol López, en la Villarroel. Puede ser uno de los grandes éxitos de la temporada. Está llenando, así que compren ya. Se lo cuento a la vuelta.


El círculo de tiza caucasiano. Teatro Nacional de Cataluña. Barcelona. Hasta el 6 de abril.

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