25 de febrer 2009

Los Teatros del Canal y sus laberintos


www.elmundo.es
19 de febrer de 2009

El patio de butacas del Teatro Principal

(Foto: Gonzalo Arroyo)

Javier Villán
Madrid

Lento y problemático ha sido el parto de los Teatros del Canal.Pero nadie podrá decir que haya sido el parto de los montes, que después de infinitos esfuerzos parieron un ratón. El resultado ha sido un megacentro en el que incluso la sala de ensayos tiene rasgo jerárquico de gran teatro, de inmensa sala más grande que casi todos los teatros de España. El problema está en cómo llenar de teatro, danza y otras artes afines 40.000 metros cuadrados de edificación. El Canal parece el sueño faraónico de una mente que soñara el teatro como la máxima expresión del ser humano: un albergue de desafíos y grandezas.

Al frente de esta quimera mastodóntica, la Comunidad de Madrid ha puesto al genio satírico de Albert Boadella. Habrá problemas, sin duda. Una empresa privada, Clece, gestionará unos teatros públicos que tienen un director artístico nombrado por la Administración; un lío. De momento ya se ha cuestionado la programación de la cena, último espectáculo joglaresco de Boadella, que anda por los caminos de España poniendo a diario el cartel de «no hay billetes».

Ese no debiera ser el problema. El problema es que este magno complejo, impecable desde el punto de vista de la técnica escenográfica, tiene algunos inconvenientes; el primero que los arquitectos han mirado el lucimiento y la estética del proyecto más que la funcionalidad del edificio. Lo cual, a su vez, origina otro problema: el desequilibrio presupuestario. Los gastos de mantenimiento son enormes y por cada euro dedicado a la creación artística, tres se destinan a mantenimiento. Una barbaridad; y el collar acabará valiendo más que el perro.

Los grandes fastos de la inauguración con un espectáculo itinerante por las distintas dependencias, vienen a coincidir con uno de los momentos más encarnizados de la política madrileña y nacional, enconadas con frenesí shakesperiano. Muchos esperan enterrar en estas salas como pirámides, el alma y el cuerpo de Esperanza Aguirre. Ciertamente, en estos momentos, la inauguración de los Teatros del Canal tiene algo de tragedia de Shakespeare y no poco de comedia de Molière. Y mucho ha de frenarse el instinto satírico de Boadella para no hacer farsa y burla del ruedo ibérico de los madriles.

A la entrada de este laberinto magnífico me siento como Dante de la mano de Virgilio por los distintos círculos de una Divina Comedia que, de momento, tiene más de Paraíso que de Infierno y que albergará tragedias, dramas y divertidas farsas. Virgilio, naturalmente, es Albert Boadella, padre de Els Joglars, que entre ensayo y ensayo de Una noche en el Canal, la gala inaugural, deambula como una sombra perdida en estas inmensidades.

Y lo primero que muestra con evidente satisfacción es el Centro Coreográfico, nueve salas destinadas al noble ejercicio de la danza que serán, a la vez, escenario, residencia y centro de gestación de proyectos. E inmediatamente, con mayor satisfacción aún, la sala de ensayos. Albert Boadella piensa hacer de ella -resueltos problemas de adaptación y seguridad- una sala alternativa para obras de autores jóvenes, sorprendidos de ver sus pequeñas obras en tal colosal escenario.

Todo es colosal en esta desmesura arquitectónica y, sobre todo, las dos salas principales con capacidad para, aproximadamente, 850 personas cada una y una tramoya espectacular y espantable. Esto es magnífico, pero con tanta pasta gansa para mantenimiento y dos millones y medio de euros para la creación, las compañías vendrán a taquilla, en líneas generales, y no a caché.

La cena seguro que llena las 850 butacas, pero eso no parece empresa asequible para otros.

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