16 de maig de 2007
Santiago Fondevila
Nunca un crustáceo había alcanzado los titulares de la prensa cultural hasta que llegó Rodrigo García al Lliure con Accidens.La muerte de un bogavante en escena suscitó la indignación de los protectores de animales y la prohibición por parte de la Generalitat del workshop que se exhibía en el ciclo Radicals. En estos casos, la anécdota puede al fondo de la cuestión. Pero esa media hora de creación de Rodrigo García no era el resultado de una ocurrencia, de un capricho, de una vulgar provocación. Tiene su origen y tiene su teatralización como "metáfora de la agonía y de la muerte", con una cierta poetización de la tortura, algo que siempre está presente en los espectáculos de este creador argentino radicado en Asturias. "Al bicho no se le tortura, no se le hacen putadas", dice García. Otra cosa es que su presencia resulte inquietante, terrible. "Nunca hago nada gratuito y, desde luego, ninguno de los que trabajan conmigo me lo permitiría", dice Rodrigo García pocas horas antes de partir hacia Buenos Aires, donde ensayará uno de los dos espectáculos que presentará este verano en Aviñón, en su tercera asistencia al gran festival francés y el más importante de Europa. "He visto a lo largo de mi vida como demasiada gente moría en accidentes de tráfico en la carretera, pero ninguna de esas hostias fue tan grande como la que me di yo mismo, en el verano del 2003, lloviendo, al volante de un Ford Scorpio. Me maravilla la gran suerte que tuve, porque creo que muchos desgraciados que mueren así deberían vivir algo más que yo para engordar, emborracharse, seguir acudiendo diligentemente al trabajo... y toda esa mierda. Es difícil temblar ante la idea de la muerte abriendo una lata de atún en salsa en la cocina de casa". Con más o menos estas palabras sobreimpresas en un vídeo, mientras suena Wonderful world,se cierra Accidens.Se trata de una creación "sencilla", sin "el barroquismo de otros espectáculos míos" y un formato de media hora. Empieza en una atmósfera azul, como un acuario y con Juan Loriente bien vestido y fumando. El actor coge el bogavante y lo cuelga de unos hilos. El invertebrado queda flotando en el espacio. Luego le pone un amplificador en el caparazón para que se oiga el latir de su corazón (situado en la parte baja de la cabeza, entre la aorta interior y la aorta posterior por encima del intestino y del estómago masticador). Los latidos se manipulan por ordenador y la tensión es alta. El actor pasea y, entre tanto, la plancha que tiene delante se calienta. Tras unos largos minutos, el actor descuelga el bogavante y siguiendo las normas de cocina cantábrica lo atonta, lo corta y lo pone en la plancha. Luego se lo come. Fin. Rodrigo García no se indigna ante la prohibición de su espectáculo, que hizo para sí como si de un ensayo más se tratara.
Ahora bien, no iba a desperdiciar los crustáceos originalmente destinados a las funciones suspendidas: acabaron como invitados especiales en la paella gremial con la que el Lliure cerró el domingo el ciclo Radicals. "Es la ley", dice García sin querer hablar mucho más del tema. Pero recuerda una conversación entre Noam Chomsky y Jacques Derrida sobre la desobediencia civil ante la ley como medida de protesta. Ya se sabe, al menos unos cuantos lo saben, que la ley es una cuestión geográfica; que en Amsterdam se fuman porros legalmente y aquí siguen embarrados en si se puede o no regular; que en ciertos estados de EE. UU. se electrocuta a los condenados a muerte, en defensa de la vida.... La ley... una cuestión geográfica.
TEATRE LLIURE
De hecho, Accidens se concibió y estrenó en el Centre d´Arts Escèniques de Reus la pasada temporada. Se ha visto en una docena de ciudades de Francia, y en otras tantas de Italia (aunque en Turín la policía interrumpió la función) y en Portugal. Precisamente en Turín una señora le dijo a Rodrigo García: "No me ha gustado nada su espectáculo, pero de los miles de bogavantes que hoy han muerto en las cocinas el único que tiene algún sentido es el suyo".
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